José Hernández 

CANTARES

Yo tengo entre mis libros
Un libro viejo
Que una vieja lo mira
Con espejuelos.
Y tengo un libro
Que lo ve una muchacha:
Con ojos lindos —

La viejita leyendo
Pasa el día entero,
Y da vueltas las hojas
Con dedos secos;
Pero la otra
Tiene para las suyas
Dedos de rosa.

A las unas les gustan
Crónicas viejas
Y gustan á las niñas
Lindas novelas—
Mas no me asusto
De que tengan entre ellas
Distintos gustos.

Y para que no digan
Que es impolítico.
Después de estas verdades
Haré un cumplido
Las viejas, vivan!
Que son madres ó abuelas
De lindas niñas.

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EL CARPINTERO

Al compás de su herramienta
Mientras trabaja afanoso
Así sus desdichas cuenta,
Así canta y se lamenta
Un carpintero amoroso.

«Es mi vida su mirada,
Y cuando su voz escucho,
Siento mi alma arrebatada
De tierno gozo inundada....
— Muchacho, trae el serrucho,

«Brotan de sus ojos bellos
Penetrando el corazón
Esos fúlgidos destellos
Y absorto me quedo en ellos....
Muchacho, trae el formón.

«De sus labios de granada
Se escapa de amor el soplo,
Y es ondeante y perfumada
Su cabellera rizada...
Muchacho, trae el escoplo.

«Y mi vida antes serena
Tornóse agitada y turbia
Cambióse el placer en frena,
De amor gimo en la cadena,
Muchacho, traeme la gurbia.

«Y cariñoso con ella
Inocente el cefirillo
Juega al mirarla tan bella
Fulgente como una estrella,
Muchacho, trae el cepillo.

«Por ella es este dolor
Por ella siento esta pena,
Y ella con su cruel rigor
Desdeña, ¡ingrata! mi amor:
Muchacho, trae la barrena.»

Y amante sigue sus llantos
Y sus eternas disputas
Aliviando sus quebrantos
Con sus amorosos cantos
Entre tablas y virutas.

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EL VIEJO Y LA NIÑA

Cruza un arroyo inocente
Sobre un campo de esmeralda,
Y á su orilla crece un sauce
Reflejándose en sus aguas.
En sus trasparentes ondas,
Serenas, limpias y mansas.
Varios descuidados cisnes
Su blanco plumaje, bañan.
Los pintados pajarillos,
Saltando de rama en rama,
Enamorados y alegres,
Con su dulces trinos cantan.
Y las flores caprichosas,
Que crecen entre la grama,
Aquel manto de verdura,
Entapizan y engalanan.
Y las perfumadas brisas,
Al cruzar en ténue calma,
Rozan leve y suavemente,
Agua, cisnes, flor y grama.
Pálido un rayo de sol,
Que se quiebra entre las ramas,
Va á reflejar moribundo
En las cristalinas aguas.
Del verde sauce á la sombra
Un pobre viejo descansa,
Pura la mirada y limpia,
Serena, aunque triste el alma.
A sus trémulas rodillas
Alegre una niña salta,
Y sus sonrosados dedos
Entre sus canas enlaza.
El las huellas de la vida
Muestra en su faz arrugada,
Y ella refleja en su frente
La pureza y la esperanza.
De la sien del viejo penden
Escasas hebras de plata,
Pues deja tan poco el mundo
Que hasta deja pocas canas.
Y ella los sedosos rizos,
Flotantes sobre la espalda,
Por la brisa acariciados
No suelta, sino derrama.
El es la verdad del fin,
Es la realidad ingrata;
Y ella es la ilusión risueña
Que dá vida á la esperanza.
El es el árido invierno
Con su nieve y sus escarchas,
Es desierto, soledad,
Repulsión, tinieblas, nada
Y en la senda de la niña,
La primavera derrama
Todas sus galas floridas
Con generosa abundancia.
El es la noche sombría,
Ella la aurora galana,
Ella viene, y el se vá
Libre de congoja el alma.
Ella en su inquieta inocencia
Jugueteando con sus canas
— ¿Por qué motivo, le dice,
Tienes la cabeza blanca?
Fija en la niña el anciano
Pura y serena mirada,
Sus secos labios contrae
Lijera sonrisa amarga,
— ¿No sabes, niña inocente,
No sabes niña adorada,
Que la vida se parece
A la antorcha que se apaga?
Seductoras ilusiones,
Nuestra juventud engañan
Y al retirarse fugaces
El tinte del pelo cambian,
Vienen muchos desencantos
Muere ó se vá la esperanza;
Que la esperanza de ayer
Es desencanto mañana.
Y solo nos deja el mundo
Al terminar la jornada,
Al espíritu congojas
Pero no á los ojos lágrimas,
Solo deja el desengaño
Y tristezas en el alma,
Las arrugas en el rostro
Y en la cabeza las canas!!»
Oyó la niña el sermón
Sin entender ni palabra,
Pues la vida tiene aún
Arcanos que ella no alcanza.
Se fué á arrojar juguetona
Piedrecillas en el agua,
Los cisnes tienden el vuelo
Y el viejo vuelve á su casa.

Las flores siguen creciendo,
Las aguas siguen su marcha,
Sigue el sauce dando sombra,
Sigue el pájaro en sus ramas.
Sigue la brisa apacible
Y al verde follaje arranca
Esa tímida armonía
Que solo percibe el alma.
Mas yo he seguido hasta aquí,
Y es tiempo de decir basta,
Porque las penas son mías
Y soy dueño de ocultarlas.
Yo soy ese pobre viejo
Lleno de arrugas y canas
Y es la niña juguetona,
La lectora de esta fábula.
Guarde ella sus ilusiones,
Yo mis tristezas amargas,
Ella sus blondos cabellos
Y yo mis escasas canas.
Que ya fugaron veloces
Las ilusiones del alma;
Pues ayer compré un billete
Y no me he sacado nada.

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EL GAUCHO MARTÍN FIERRO (FRAGMENTO)

Aquí me pongo á cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria,
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.

Pido á los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento,
Les pido en este momento
Que voy á cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido á mi Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,
Con famas bien otenidas,
Y que despues de adquiridas
No las quieren sustentar:
Parece que sin largar
Se cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasa
Martin Fierro ha de pasar,
Nada lo hace recular
Ni las fantasmas lo espantan;
Y dende que todos cantan
Yo tambien quiero cantar.

Cantando me he de morir,
Cantando me han de enterrar,
Y cantando he de llegar
Al pié del Eterno Padre—
Dende el vientre de mi madre
Vine á este mundo á cantar.

Que no se trabe mi lengua
Ni me falte la palabra—
El cantar mi gloria labra
Y poniéndome a cantar,
Cantando me han de encontrar
Aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo
A cantar un argumento—
Como si soplára un viento
Hago tiritar los pastos—
Con oros, copas y bastos
Juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,
Mas si me pongo á cantar
No tengo cuando acabar
Y me envejezco cantando,
Las coplas me van brotando
Como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano
Ni las moscas se me arriman,
Naides me pone el pié encima.
Y cuando el pecho se entona,
Hago gemir á la prima
Y llorar á la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo
Y torazo en rodeo ageno,
Siempre me tuve por güeno
Y si me quieren probar,
Salgan otros á cantar
Y veremos quién es ménos.

No me hago al lao de la güeya
Aunque vengan degollando,
Con los blandos yo soy blando
Y soy duro con los duros,
Y ninguno en un apuro
Me ha visto andar tutubiando.

En el peligro, qué Cristos?
El corazón se me ensancha,
Pues toda la tierra es cancha,
Y de eso naides se asombre,
El que se tiene por hombre
Ande quiere hace pata ancha.

Soy gaucho, y entiendaló
Como mi lengua lo esplica,
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el Sol

Nací como nace el peje
En el fondo de la mar;
Naides me puede quitar
Aquello que Dios me dió—
Lo que al mundo truge yo
Del mundo lo he de llevar.

Mi gloria es vivir tan libre
Como el pájaro del Cielo,
No hago nido en este suelo
Ande hay tanto que sufrir;
Y naides me ha de seguir
Cuando yo remuento el vuelo.

Yo no tengo en el amor
Quien me venga con querellas;
Como esas aves tan bellas
Que saltan de rama en rama—
Yo hago en el trébol mi cama,
Y me cubren las estrellas.

Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato,
Que nunca peléo ni mato
Sino por necesidá;
Y que a tanta alversidá
Solo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación
Que hace un gaucho perseguido,
Que padre y marido ha sido
Empeñoso y diligente,
Y sin embargo la gente
Lo tiene por un bandido.

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CUENTA SU VIDA EN LA PAMPA (LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO)

De ese modo nos hallamos
Empeñaos en la partida
No hay que darla por perdida
Por dura que sea la suerte;
Ni que pensar en la muerte,
Sinó en soportar la vida.

Se endurece el corazon
No teme peligro alguno
Por encontrarlo oportuno
Allí juramos los dos:
Respetar tan solo á Dios
De Dios abajo, á ninguno.—

El mal es árbol que crece
Y que cortado retoña—
La gente esperta ó visoña
Sufre de infinitos modos—
La tierra es madre de todos,
Pero tambien dá ponzoña.

Mas todo varon prudente
Sufre tranquilo sus males—
Yo siempre los hallo iguales
En cualquier senda que elijo—
La desgracia tiene hijos
Aunque ella no tiene madre.—

Y al que le toca la herencia
Donde quiera halla su ruina—
Lo que la suerte destina
No puede el hombre evitar—
Porque el cardo ha de pinchar
Es que nace con espina.

Es el destino del pobre
Un continuo safarrancho,
Y pasa como el carancho
Porque el mal nunca se sacia,
Si el viento de la desgracia
Vuela las pajas del rancho.

Mas quien manda los pesares
Manda tambien el consuelo—
La luz que baja del cielo
Alumbra al mas encumbrao,
Y hasta el pelo mas delgao
Hace su sombra en el suelo.

Pero por mas que uno sufra
Un rigor que lo atormente
No debe bajar la frente
Nunca—por ningun motivo—
El álamo es mas altivo
y gime costantemente.



El indio pasa la vida
Robando ó echao de panza—
La única ley es la lanza
A que se ha de someter—
Lo que le falta en saber
Lo suple con desconfianza.

Fuera cosa de engarzarlo
A un indio caritativo—
Es duro con el cautivo,
Le dan un trato horroroso—
Es astuto y receloso,
Es audaz y vengativo—

No hay que pedirle favor
Ni que aguardar tolerancia—
Movidos por su inorancia
y de puro desconfiaos—
Nos pusieron separaos
Bajo sutil vigilancia—

No pude tener con Cruz
Ninguna conversacion—
No nos daban ocasion,
Nos trataban como agenos—
Como dos años lo menos
Duró ésta separacion.

Relatar nuestras penurias
Fuera alargar el asunto—
Les diré sobre este punto
Que á los dos años recien
Nos hizo el cacique el bien
De dejarnos vivir juntos.

Nos retiramos con Cruz
A la orilla·de un pajal—
Por no pasarlo tan mal
En el desierto infinito,
Hicimos como un bendito
Con dos cueros de bagual.

Fuimos á esconder alli
Nuestra pobre situacion
Aliviando con la union
Aquel duro cautiverio—
Tristes como un cementerio,
Al toque de la oracion.

Debe el hombre ser valiente
Si á rodar se determina,
Primero, cuando camina;
Segundo, cuando descansa,
Pues en aquellas andanzas
Perece el que se acoquina.

Cuando es manso el ternerito
En cualquier vaca se priende—
El que es gaucho esto lo entiende
y há de entender si le digo,
Que andabamos con mi amigo
Como pan que no se vende.

Guarecidos en el toldo
Charlabamos mano á mano—
Eramos dos veteranos
Mansos pa las sabandijas,
Arrumbaos como cubijas
Cuando calienta el verano.

El alimento no abunda
Por mas empeño que se haga;
Lo pasa uno como plaga,
Egercitando la industria—
Y siempre como la nutria
Viviendo á orillas del agua.

En semejante ejercicio
Se hace diestro el cazador—
Cai el piche engordador,
Cai el pájaro que trina—
Todo vicho que camina
Va á parar al asador—

Pues alli á los cuatro vientos
La persecucion se lleva,
Naide escapa de la leva
y dende que la alba asoma
Ya recorre uno la loma,
El bajo, el nido, y la cueva.

El que vive de la caza
A cualquier vicho se atreve—
Que pluma ó cáscara lleve,
Pues cuando la hambre se siente
El hombre le clava el diente
A todo lo que se mueve.

En las sagradas alturas
Está el maestro principal,
Que enseña á cada animal
A procurarse el sustento
Y le brinda el alimento
A todo ser racional.—

Y aves, y vichos y pejes,
Se mantienen de mil modos;
Pero el hombre en su acomodo
Es curioso de oservar:
Es el que sabe llorar—
Y es el que los come á todos.

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UN PADRE QUE DA CONSEJOS MÁS...

Un padre que da consejos, más que padre es un amigo.

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LOS DOS BESOS

Volaron aquellas horas
En que la mente delira:
Sin cuerdas está mi lira
Y sin fuego el corazón.
Y pues que cantar no puedo
Tus encantos y embelesos,
A una historia de dos besos
Presta, niña, tu atención.

En los inmensos espacios
Dos besos que iban errantes,
Vagos, perdidos, flotantes,
Se llegaron á encontrar.
Y al tocarse levemente,
Yerto el uno y maldecido,
Tembló el otro, como herido
Por aquel roce fatal.

Y entre el éter de las nubes,
Dó el trueno tiene su cuna,
Un tibio rayo de luna
Los ilumina á los dos.
Y el silencio interrumpiendo
Que en los espacios reinaba,
Un génio que allí pasaba
Oyó la siguiente voz:

—¿Quién eres?
— ¿A donde vas
Por el espacio infinito?
— Tan fresco tú.
— Tú marchito
— ¿De donde saliste, dí?
— Yo soy ternura.
— Yo rábia.
— Yo dulzura.
— Yo dolor.
— Yo soy hijo del amor.
— Yo del ódio y frenesí.
— Yo vierto una alma en otra alma
Divinizando las dos:
Soy el hábito de Dios,
Soy inocencia y virtud.
Y yo soy remordimiento,
Infamia, oprobrio, perfidia:
Soy maldición, soy envidia,
Y perversa ingratitud.

— Yo soy perfume suave,
Soy celestial armonía,
Soy placer, soy alegría,
Soy esperanza que brota.
— Yo soy maldición, blasfemia,
Soy rencor de furias lleno,
Soy para el alma, veneno
Que destila gota á gota.

— Yo soy pureza y esencia.
— Yo crímen y falsedad.
— Yo salvé á la humanidad.
— Yo á la humanidad perdí.
— Soy yo de orígen divino.
— A mí el infierno me hizo.
— Yo nací en el Paraíso.
— Yo en Jerusalen nací.

— Yo soy virtud
— Yo maldad.
— Yo inocencia
— Yo delito.
— Yo soy deleite infinito.
— Yo soy infinito horror.
— Digámosnos, pues, quién somos,
Y así saldremos de dudas.
— Yo soy el beso de Judas.
— Yo el primer beso de Amor.

Y los dos al separarse,
Para seguir su camino
Por un mandato Divino
Se miraron con horror.

— ¡Adiós! yo busco en el mundo
Odios, venganzas, agravios!....
Y yo unos cándidos lábios
Que me den vida y calor.

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CRUZ (EL GAUCHO MARTÍN FIERRO)

—Amigazo, pa sufrir
Han nacido los varones—
Estas son las ocasiones
De mostrarse un hombre juerte,
Hasta que venga la muerte
Y lo agarre á coscorrones.

El andar tan despilchao
Ningún mérito me quita,
Sin ser un alma bendita
Me duelo del mal ageno:
Soy un pastel con relleno
Que parece torta frita.

Tampoco me faltan males
Y desgracias, le prevengo,
Tambien mis desdichas tengo,
Aunque esto poco me aflige—
Yo sé hacerme el chango rengo
Cuando la cosa lo esige.

Y con algunos ardiles
Voy viviendo, aunque rotoso;
A veces me hago el sarnoso
Y no tengo ni un granito,
Pero al chifle voy ganoso
Como panzón al maíz frito.

A mí no me matan penas
Mientras tenga el cuero sano,
Venga el sol en el verano
Y la escarcha en el invierno—
Si este mundo es un infierno
¿Por qué afligirse el cristiano?

Hagámosle cara fiera
A los males, compañero,
Porque el zorro más matrero
Suele cair como un chorlito;
Viene por un corderito
Y en la estaca deja el cuero.

Hoy tenemos que sufrir
Males que no tienen nombre,
Pero esto á naides lo asombre
Porque ansina es el pastel;
Y tiene que dar el hombre
Más vueltas que un carretel.

Yo nunca me he de entregar
A los brazos de la muerte—
Arrastro mi triste suerte
Paso á paso y como pueda—
Que donde el débil se queda
Se suele escapar el juerte.

Y ricuerde cada cual
Lo que cada cual sufrió
Que lo que es, amigo, yo,
Hago ansi la cuenta mía:
Ya lo pasado pasó—
Mañana será otro día.

Yo también tuve una pilcha
Que me enllenó el corazón—
Y si en aquella ocasión
Alguien me hubiera buscao—
Siguro que me había hallao
Más prendido que un botón.

En la güella del querer
No hay animal que se pierda...
Las mujeres no son lerdas—
Y todo gaucho es dotor
Si pa cantarle el amor
Tiene que templar las cuerdas.

¡Quién es de una alma tan dura
Que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
Si no sale calavera
Es la mejor compañera
Que el hombre puede tener.

Si es güena, no lo abandona
Cuando lo vé desgraciao,
Lo asiste con su cuidao,
Y con afán cariñoso
Y usté tal vez ni un rebozo
Ni una pollera le ha dao.

Grandemente lo pasaba
Con aquella prenda mía—
Viviendo con alegría
Como la mosca en la miel!—
¡Amigo, qué tiempo aquel!
La pucha — que la quería!

Era la águila que á un árbol
Dende las nubes bajó
Era más linda que el alba
Cuando vá rayando el sol—
Era la flor deliciosa
Que entre el trebolar creció.

Pero, amigo, el comendante
Que mandaba la milicia,
Como que no desperdicia
Se fué refalando á casa;—
Yo le conocí en la traza
Que el hombre traiba malicia.

El me daba voz de amigo,
Pero no le tenía fe—
Era el jefe, y ya se vé,
No podía competir yo—
En mi rancho se pegó
Lo mesmo que un saguaipé.

A poco andar, conocí,
Que ya me había desbancao,
Y él siempre muy entonao,
Aunque sin darme ni un cobre
Me tenía de lao á lao
Como encomienda de pobre.

A cada rato, de chasque
Me hacía dir á gran distancia,
Ya me mandaba á una estancia,
Ya al pueblo, ya á la frontera—
Pero él en la comendancia
No ponía los piés siquiera.

Es triste á no poder más
El hombre en su padecer,
Si no tiene una mujer
Que lo ampare y lo consuele:
Mas pa que otro se la pele
Lo mejor es no tener.

No me gusta que otro gallo
Le cacarée á mi gallina—
Yo andaba ya con la espina,
Hasta que en una ocasión
Lo pillé junto al jogón
Abrazándome á la china.

Tenía el viejito una cara
De ternero mal lamido,
Y al verle tan atrevido
Le dije: —¡Que le aproveche;
«Que había sido pa el amor
«Como gaucho pa la leche.»

Peló la espalda y se vino
Como á quererme ensartar,
Pero yo sin tutubiar
Le volví al punto á decir:
—«Cuidao no te vas á per...tigo
«Poné cuarta pa salir.»

Un puntazo me largó,
Pero el cuerpo le saqué,
Y en cuanto se lo quité,
Para no matar un viejo,
Con cuidado, medio de lejos
Un palazo le asenté.

Y como nunca al que manda
Le falta algún adulón,
Uno que en esa ocasión,
Se encontraba allí presente,
Vino apretando los dientes
Como perrito mamón,

Me hizo un tiro de revuelver
Que el hombre creyó siguro;
Era confiado y le juro
Que cerquita se arrimaba—
Pero siempre en un apuro
Se desentumen mis tabas.

El me siguió menudiando
Mas sin poderme acertar,
Y yo, déle culebriar,
Hasta que al fin le dentré
Y ay no más lo despaché
Sin dejarlo resollar.

Dentré á campiar en seguida
Al viejito enamorao,
El pobre se había ganao
En un noque de lejía—
¡Quién sabe cómo estaría
Del susto que había llevao!

Es zonzo el cristiano macho
Cuando el amor lo domina!—
El la miraba á la indina,
Y una cosa tan jedionda
Sentí yo, que ni en la fonda
He visto tal jedentina

Y le dije: —«Pa su agüela
«Han de ser esas perdices.»
Yo me tapé las narices,
Y me salí esternudando,
Y el viejo quedó olfatiando
Como chico con lumbrices.

Cuando la mula recula,
Señal que quiere cosiar—
Ansí se suele portar
Aunque ella lo disimula,
Recula como la mula
La mujer, para olvidar.

Alcé mis ponchos y mis prendas
Y me largué á padecer
Por culpa de una mujer
Que quiso engañar á dos—
Al rancho le dije adiós
Para nunca más volver.

Las mujeres dende entonces,
Conocí á todas en una—
Ya no he de probar fortuna
Con carta tan conocida:
Mujer y perra parida,
No se me atraca ninguna!

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1150 (LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO)

Al que es amigo, jamás
lo dejen en la estacada,
pero no le pidan nada
ni lo aguarden todo de él:
siempre el amigo más fiel
es una conducta honrada.

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GRACIAS LE DOY A LA VIRGEN...

Gracias le doy a la Virgen, gracias le doy al Señor, porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor.

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Desde el 1 hasta el 10 de un total de 13 obras de José Hernández

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