6 Cuentos de Koldo Fierro 

EL RODABALLO SIN NOMBRE

Un pececillo del mar se encontraba muy solo entre tanta bestia sin control. No tenía ni nombre. Lo llamaban rodaballo, pero rodaballos había muchos, así que a él ese nombre no le decía nada. El rodaballo sin nombre nadaba porque no sabía hacer otra cosa, aunque tampoco tenía muchas ganas, pues no sabía ni a dónde se dirigía ni para qué. Pero quedarse quieto no era una opción, porque en el fondo del mar, parado, encontraría a muchos enemigos que se lo querrían comer. Así que movía las aletas y observaba a su alrededor todo lo que pasaba, que aunque parecía mucho no era tanto. Sí, es cierto que siempre había cosas que lo distraían. De vez en cuando un par de cangrejos discutían, algún atún se comía un pez de su propio tamaño, o aparecía alguna enorme ballena. Pero esencialmente, nada de lo que pasaba era inesperado.
Cierto es también que no estaba del todo solo. De vez en cuando se cruzaba con algunos animales de su especie, a los que saludaba fugazmente, y a veces incluso, se quedaba un rato con ellos compartiendo alguna tarde de cacería. Comían alguna almeja y después, cada uno seguía su camino.

Un día, el rodaballo en cuestión decidió salir de su zona habitual de nado, dirigiéndose hacia aguas más frías. No supo muy bien porqué, quizá fuera por aburrimiento, quizá por espíritu aventurero, quizá por inconsciencia. Salió temprano, y hacia media mañana ya empezaba a arrepentirse de haberse marchado. A su alrededor aparecían grutas profundas y rocas oscuras, metros y metros sin peces, cuando de repente se topó con unas enormes medusas, que no había visto nunca. Les preguntó de donde venían pero no contestaron. Él siguió hacia adelante.
Sintiéndose cada vez más tranquilo, entendió que ya no volvería a su casa, más que nada porque no estaba dispuesto a pasar otra vez por aquella zona tétrica e inquietante. Apareció ya de noche en una playa, guiado por las corrientes cálidas que allí lo transportaron. Nuevos peces, de colores, encontró. Y allí decidió quedarse.

Al cabo de las semanas, el rodaballo seguía sintiéndose igual de solo. Allí él era tan raro como lo era en su lugar de origen, pero al menos, al haber hecho algo por cambiar su situación, se sentía liberado.
Entendiendo que su vida llegaba a su fin, decidió dedicarse a la pintura, pues no era buen cantante ni escritor, pero no se le daba mal lo de juntar colores. Y a partir de entonces, y hasta su muerte, pudo observarse en una playa cualquiera, a un pececillo dando vueltas extrañas para agitar el agua, removiendo la tierra, volteando conchas que encontraba a su paso, produciendo así lienzos marinos efímeros de azules, marrones y rayas de múltiples colores que intermitentemente modificaban el fondo marino, para poco después dejarlo en calma.

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EL PESCADOR

Una vez un pescador se fue a pescar como cada mañana, pero a diferencia de otras veces, salió a la mar sin su teléfono móvil. Para desgracia suya se perdió, y no pudiendo contactar con nadie, murió de hambre a los pocos días.

Antes de fallecer, agonizando, creyó que vivía en la época de los vikingos, en la que nadie tenía móvil. Sonrió, libre de culpa, y pudo morir sin creerse un estúpido.

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EL CAMELLO Y LA FOCA

Un camello se encontró con una foca en un oasis, y se saludaron. Al cabo del rato, el camello empezó a pensar...¿pero qué hace una foca en el desierto?, y le preguntó:
- Oye foca, este no es tu sitio, ¿no crees?
- ¿Y por que no? - respondió la foca -. Yo vivo donde quiero.

Moraleja: Busca tu sitio en el mundo según tus necesidades, no según tus caprichos.

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ÚLTIMAS PALABRAS

Y así fue como este ilustre literato, ya en su lecho de muerte, con más de mil novelas, cuentos, y ensayos a sus espaldas, notó como su último aliento se aproximaba. Abrió los ojos, y se dirigió a su hijo, quien aguardaba triste a los pies de la cama.
- Fin - exclamó, con un hilo de voz.
Un final brillante para un escritor brillante - pensó -.
- ¡Papá!. Dime, ¡qué necesitas!
- F...i...n
- Papá, no te entiendo, tranquilo, todo irá bien.
- Hijo mío.
- Dime, papá.
- Se acabó. FIN
- Pobre papá, no sufras, ¿quieres un poco de agua?
- Sí, dame...
Y sin fuerzas para más, su corazón se detuvo, en lo más hondo del silencio.

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EL SEÑOR BROWN

El señor Brown, con su traje y su corbata, con billetes clase business y con su periódico salmón, viaja en avión todos los días del año, excepto en Navidad. El señor Brown está siempre en el aire - como a él le gusta decir -, y presume de haber hecho tantos kilómetros como para haber ido a la Luna, y estar a punto de volver. El señor Brown nunca se ha preguntado porqué los aviones vuelan. Mientras, al señor Brown, le quedan solo un par de trayectos a Nueva York para volver a empezar su segundo viaje hacia la Luna. Una Luna por cierto, que el señor Brown ha visto, más nunca ha mirado.

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LA LEYENDA DE SAMTÉ

Se decía de Samté, un anciano sabio, aislado en las eternas nieves de una montaña inaccesible desde hacía décadas, que era capaz de escuchar desde su guarida todo lo que sucedía en el pueblo en que nació, situado a varios kilómetros de allí, en el valle.
Karhá, el único joven del pueblo, obsesionado con la leyenda desde que era un niño, quiso comprobar si era cierta. Se dirigió a su madre y le dijo:
- Mamá, se dice en el pueblo que mi padre no es tu marido, sino Samté, y que por eso tuvo que huir a la montaña.
- Karhá, hijo mío, qué barbaridad, eso es absurdo, no tienes ni idea de lo que estás diciendo - gritó la madre, mientras corría llorando a la cama -.
Al día siguiente Karhá se despertó inquieto, tras notar una corriente repentina de aire en su cuarto. Se dio cuenta de que había una nota escrita junto a su cama.
- Karhá, chiquillo, si quieres ser un hombre, no te permitas insultar a tu madre, es tu bien más preciado, y ni siquiera la búsqueda de la verdad es suficiente motivo como para ponerlo en riesgo.

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