Tomás de Iriarte
FRESCA ARBOLEDA DEL JARDÍN SOMBRÍO
¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
clara fuente, sonoras avecillas,
verde prado que esmaltas las orillas
del celebrado y anchuroso río!
¡Grata aurora que viertes el rocío
por entre nubes rojas y amarillas,
bello horizonte de lejanas villas,
aura blanca, que templas el estío!
¡Oh soledad!, quien puede te posea;
que yo gozara en tu apacible seno
el placer que otros ánimos recrea,
si tu silencio y tu retiro ameno
más viva no ofrecieran a mi idea
la imagen de la ingrata por quien peno.
AUNQUE ES VERDAD
Aunque es verdad que he escrito algunos miles
de versos, si no buenos, tales cuales,
líricos, amorosos, pastoriles,
satíricos, dramáticos, morales,
¿qué han pecado mis coplas juveniles,
para que con trompetas y atabales,
con pregonero y sendos alguaciles
salgan por esas calles y portales?
No, Fabio; las sepulta una gaveta,
donde el sol no las ve, ni yo tampoco;
ni han de estamparme en pública tarjeta,
pues temo al vulgo como niño al coco.
Déjame con mi vena de poeta,
y no quieras que tenga la de loco.
METIOSE AMOR A BOTICARIO UN DÍA
Metiose Amor a boticario un día,
bella Orminta, y compuso una receta
para curar a un mísero poeta
que herido de sus flechas padecía.
Mezcló la leche, el néctar, la ambrosía,
la azucena, la rosa y la violeta;
el metal rubio del primer planeta,
el coral y las perlas que el mar cría.
Pero salió el remedio tan ardiente
como la misma fragua de Vulcano;
erró el traidor la dosis ciertamente;
sobre todo de sal cargó la mano;
enconose la herida de repente,
y no espero en mi vida verme sano.
EL MANGUITO, EL ABANICO Y EL QUITASOL
También suele ser nulidad el no saber más que una cosa; extremo opuesto del defecto reprehendido en la fábula del pato y la serpiente.
Si querer entender de todo
es ridícula presunción,
servir sólo para una cosa
suele ser falta no menor.
Sobre una mesa, cierto día,
dando estaba conversación
a un abanico y a un manguito
un paraguas o quitasol.
Y, en la lengua que en otro tiempo
con la olla el caldero habló,
a sus dos compañeros dijo:
«¡Oh, qué buenas alhajas sois!
Tú, manguito, en invierno sirves;
en verano vas a un rincón.
Tú, abanico, eres mueble inútil
cuando el frío sigue al calor.
No sabéis salir de un oficio.
Aprended de mí, pese a vos,
que en el invierno soy paraguas
y en el verano quitasol».
DEL ORO, COMO MUCHOS, NO DEPENDO
Del oro, como muchos, no dependo,
Fabio, pues ni le guardo ni codicio;
ni dependo jamás del vulgar juicio,
pues dar a luz mis obras no pretendo.
Del sexo mujeril casi no pendo,
pues amo por placer, no por oficio;
y aun menos de la corte y su bullicio,
pues de fingir y de adular no entiendo.
Solamente dependo de la muerte,
ya que discurso no hay ni diligencia
que de su despotismo nos liberte.
Mas la espero sin miedo y con paciencia,
vivo sin desearla; y de esta suerte,
amigo, se acabó la dependencia.
LOS DOS CONEJOS
No debemos detenernos en cuestiones frívolas, olvidando el asunto principal
Por entre unas matas,
seguido de perros
-no diré corría-
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»
«¿Qué ha de ser? -responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
«Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».
«¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».
«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
EL PATO Y LA SERPIENTE
Más vale saber una cosa bien que muchas mal
A orillas de un estanque,
diciendo estaba un pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?
Soy de agua, tierra y aire:
cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo;
si se me antoja, nado».
Una serpiente astuta,
que le estaba escuchando,
le llamó con un silbo
y le dijo «¡Seó guapo!
no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,
ni nada como el barbo;
y así, tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo».
LA ABEJA Y LOS ZÁNGANOS
A tratar de un gravísimo negocio
se juntaron los zánganos un día.
Cada cual varios medios discurría
para disimular su inútil ocio;
y, por librarse de tan fea nota
a vista de los otros animales,
aun el más perezoso y más idiota
quería, bien o mal, hacer panales.
Mas como el trabajar les era duro,
y el enjambre inexperto
no estaba muy seguro
de rematar la empresa con acierto,
intentaron salir de aquel apuro
con acudir a una colmena vieja,
y sacar el cadáver de una abeja
muy hábil en su tiempo y laboriosa;
hacerla, con la pompa más honrosa,
unas grandes exequias funerales,
y susurrar elogios inmortales
de lo ingeniosa que era
en labrar dulce miel y blanda cera.
Con esto se alababan tan ufanos,
que una abeja les dijo por despique:
«¿No trabajáis más que eso? Pues, hermanos,
jamás equivaldrá vuestro zumbido
a una gota de miel que yo fabrique».
¡Cuántos pasar por sabios han querido
con citar a los muertos que lo han sido!
¡Y qué pomposamente que los citan!
Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?
Moraleja: Fácilmente se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la Antigüedad; el mérito está en imitarlos.
LA ABEJA Y LOS ZÁNGANOS
Fácilmente se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la Antigüedad; el mérito está en imitarlos
A tratar de un gravísimo negocio
se juntaron los zánganos un día.
Cada cual varios medios discurría
para disimular su inútil ocio;
y, por librarse de tan fea nota
a vista de los otros animales,
aun el más perezoso y más idiota
quería, bien o mal, hacer panales.
Mas como el trabajar les era duro,
y el enjambre inexperto
no estaba muy seguro
de rematar la empresa con acierto,
intentaron salir de aquel apuro
con acudir a una colmena vieja,
y sacar el cadáver de una abeja
muy hábil en su tiempo y laboriosa;
hacerla, con la pompa más honrosa,
unas grandes exequias funerales,
y susurrar elogios inmortales
de lo ingeniosa que era
en labrar dulce miel y blanda cera.
Con esto se alababan tan ufanos,
que una abeja les dijo por despique:
«¿No trabajáis más que eso? Pues, hermanos,
jamás equivaldrá vuestro zumbido
a una gota de miel que yo fabrique».
¡Cuántos pasar por sabios han querido
con citar a los muertos que lo han sido!
¡Y qué pomposamente que los citan!
Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?
EL OSO, LA MONA Y EL CERDO
Un oso, con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.
Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondióle: «Muy mal».
«Yo creo -replicó el oso-
que me haces poco favor.
Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?»
Estaba el cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto ni verá».
Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto,
hubo de exclamar así:
«Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».
Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!
Moraleja: Nunca una obra se acredita tanto de mala como cuando la aplauden los necios.
Desde el 1 hasta el 10 de un total de 23 obras de Tomás de Iriarte