293 Cuentos de Esopo  

EL PESCADOR Y EL PECECILLO

Un pescador, después de lanzar su red la mar, pescó solamente un pececillo. Suplicó éste al pescador que le dejara por el momento en gracia de su pequeñez:
- Cuando sea mayor, podrás pescarme de nuevo, y entonces seré para ti de más provecho -, propuso el pececillo.
- ¡Hombre —replicó el pescador—, bien tonto sería soltando la presa que tengo en la mano para contar con la presa futura, por grande que sea!.

Moraleja: Más vale una moneda en la mano, que un tesoro en el fondo del mar.

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EL PERRO Y LA LIEBRE

Un perro de caza atrapó un día a una liebre, y a ratos la mordía y a ratos le lamía el hocico. Cansada la liebre de esa cambiante actitud le dijo:
- ¡Deja ya de morderme o de besarme, para saber yo si eres mi amigo o si eres mi enemigo!

Moraleja: Sé siempre consistente en tus principios.

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EL BANDIDO Y LA MORERA

Un bandido que había asesinado a un hombre en un camino, al verse perseguido por los que allí se encontraban, abandonó a su víctima ensangrentada y huyó. Pero viéndole unos viajeros que venían en sentido contrario, le preguntaron por qué llevaba las manos tintas; a lo que respondió que acababa de descender de una morera. Entretanto llegaron sus perseguidores, se apoderaron de él y le colgaron en la morera. Y el árbol dijo:
-No me molesta servir para tu suplicio, puesto que eres tú quien ha cometido el crimen, limpiando en mí la sangre.

Moraleja: A menudo ocurre que personas bondadosas, al verse denigrados por los malvados, no tienen duda en mostrarse también malvados contra ellos.

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LA TORTUGA Y EL ÁGUILA

Una tortuga que se recreaba al sol, se quejaba a las aves marinas de su triste destino, y de que nadie le había querido enseñar a volar.
Un águila que paseaba a la deriva por ahí, oyó su lamento y le preguntó con qué le pagaba si ella la alzaba y la llevaba por los aires.
- Te daré – dijo – todas las riquezas del Mar Rojo.
- Entonces te enseñaré al volar – replicó el águila.
Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de pronto, la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña, haciéndose añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:
- Renegué de mi suerte natural. ¿Qué tengo yo que ver con vientos y nubes, cuando con dificultad apenas me muevo sobre la tierra?

Moraleja: Si fácilmente adquiriéramos todo lo que deseamos, fácilmente llegaríamos a la desgracia.

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LOS SACERDOTES DE CIBELES

Unos sacerdotes de Cibeles tenían un asno al que cargaban con sus bultos cuando se ponían en viaje. Un día por fatiga se murió el asno, y desollándolo, hicieron con su piel unos tambores, de los cuales se sirvieron. Habiéndoles encontrado otros sacerdotes de Cibeles, les preguntaron que dónde estaba su asno.
- Muerto - les dijeron -; pero recibe más golpes ahora que los que recibió en su vida.

Moraleja: Mucha gente dice haberse retirado de su hábito, pero no se da cuenta de que su hábito no se retiró nunca de él.

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ZEUS JUEZ

Decidió Zeus en pasados tiempos que Hermes grabase en conchas las faltas de los hombres, depositando estas conchas a su lado en un cofre para hacer justicia a cada uno. Pero las conchas se mezclan unas con otras, y unas que llegaron después que otras, pasan antes por manos de Zeus para sufrir sus justas sentencias.

Moraleja: Por eso no nos incomodemos cuando los malhechores no reciben pronto su merecido castigo. Tarde o temprano les llegará su turno.

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EL PERRO Y LA CORNEJA

Una corneja que ofrecía en sacrificio una víctima a Atenea invitó a un perro al banquete.
Le dijo el perro:
- ¿Por qué dilapidas tus bienes en inútiles sacrificios? Pues deberías de saber que la diosa te desprecia hasta el punto de quitar todo crédito a tus presagios.
Entonces replicó la corneja:
- Es por eso que le hago estos sacrificios, porque sé muy bien su indisposición conmigo y deseo su reconciliación.

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LA BRUJA

Una bruja tenía como profesión vender encantamientos y fórmulas para aplacar la cólera de los dioses; no le faltaban clientes y ganaba de este modo ampliamente la vida. Pero fue acusada por ello de violar la ley, y, llevada ante los jueces, sus acusadores la hicieron condenar a muerte.
Viéndola salir del tribunal, un observador le dijo:
- Tú, bruja, que decías poder desviar la cólera de los dioses, ¿cómo no has podido persuadir a los hombres?

Moraleja: Nunca creas en los que prometen hacer maravillas en lo que no se ve, pero son incapaces de hacer cosas ordinarias.

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LA MUJER INTRATABLE

Tenía un hombre una esposa siempre malhumorada con todas las gentes de su casa. Queriendo saber si sería de igual humor con los criados de su padre, la envió a casa de éste con un pretexto cualquiera.
De regreso después de unos días, le preguntó el marido cómo la habían tratado los criados en casa de su padre, y ella respondió:
- Los pastores y los boyeros sólo me miraban de reojo.
- Pues si tan mal te miraban, los que salen con los rebaños al despuntar el día y no vuelven hasta el empezar la noche, ¿cómo te mirarían todos aquellos con quienes pasabas el día entero?

Moraleja: Pequeños signos nos señalan grandes cosas, y débiles luces nos muestran secretos ocultos.

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EL ASTRÓNOMO

Tenía un astrónomo la costumbre de pasear todas las noches estudiando los astros. Un día que vagaba por las afueras de la ciudad, absorto en la contemplación del cielo, cayó inopinadamente en un pozo.
Estando lamentándose y dando voces, acertó a pasar un hombre, que oyendo sus lamentos se le acercó para saber su motivo; enterado de lo sucedido, dijo:
- ¡Amigo mío! ¿quieres ver lo que hay en el cielo y no ves lo que hay en la tierra?

Moraleja: Está bien mirar y conocer a nuestro alrededor, pero antes hay que saber donde se está parado.

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