Oscar Wilde
SI USTED QUIERE SABER LO QUE...
Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche.
A MI MUJER
No puedo escribir majestuoso proemio
como preludio a mi canción,
de poeta a poema,
me atrevería a decir.
Pues si de estos pétalos caídos
uno te pareciera bello,
irá el amor por el aire
hasta detenerse en tu cabello.
Y cuando el viento e invierno endurezcan
toda la tierra sin amor,
dirá un susurro algo del jardín
y tú lo entenderás.
FLORES DE AMOR (Fragmento)
He elegido, he vivido mis poemas y, aunque
la juventud se fuera en días perdidos,
hallé mejor la corona de mirto del amante
que la de laurel del poeta.
AMOR INTELLECTUALIS
A menudo pisamos los valles de Castalia
y de viejas cañas oímos la música silvestre,
ignorada por el común de las gentes;
e hicimos nuestra barca a la mar
que las Musas tienen por imperio,
y libres trazamos surcos en olas y espuma,
y hacia tierras seguras no izamos reacias velas
hasta bien rebosar nuestro navío.
De tales tesoros despojados algo queda:
la pasión de Sordello y el verso de miel
del joven Endimión; altivo Tamerlán
portando sus jades tan cuidados, y, más aún,
las siete visiones del Florentino.
Y del Milton severo, solemnes armonías.
SU VOZ
La intrépida abeja vaga de rama en rama,
Con su hirsuto abrigo y ligeras alas,
Ahora sobre el pétalo del lirio,
Ahora balanceándose en un jacinto,
En torno a él:
Estaba cerca el amor; y fue aquí, supongo,
Donde realicé mi voto.
Juré que dos almas deberían ser una,
Mientras las gaviotas amen el mar,
Mientras los girasoles amen el sol.
Será, dije, nuestra eternidad,
Tuya y mía.
Querida amiga, aquellos tiempos se han ido,
La red del Amor se ha cerrado.
Mira hacia arriba, donde los álamos
Danzan y danzan en el aire del estío,
Aquí en el valle, la brisa nunca
Agita los frutos, pero allí
Los grandes vientos soplan,
Y desde el susurro místico del mar
Arriban las olas que acarician la costa.
Mira hacia arriba, donde gritan las níveas gaviotas,
¿Qué pueden contemplar qué nosotros no vemos?
¿Acaso una estrella? ¿O quizás la lámpara que ruge
En algún lejano y perdido buque?
¡Ah, puede ser!
¡Hemos vivido en una tierra de sueños!
Y que triste parece.
Mi Vida, no queda nada por decir,
Salvo esto: el amor nunca se pierde,
El filo del invierno desgarra el pecho de mayo,
Y sus rosas carmesí brotan quebrando el hielo.
Los navíos de la tempestad
En alguna bahía encontrarán su muelle,
Así como nosotros deberíamos hacerlo.
Y no queda nada por hacer
Salvo besarnos una vez más, y partir.
No, no hay nada que debamos lamentar,
Yo tengo mi belleza, y tu el arte.
No, que nunca comience,
Un mundo no es suficiente
Para dos como tú y yo.
APOLOGÍA
¿Es tu voluntad que yo crezca y decline?
Trueca mi paño de oro por la gris estameña
y teje a tu antojo esa tela de angustia
cuya hebra más brillante es día malgastado.
¿Es tu voluntad - Amor que tanto amo -
que la Casa de mi Alma sea lugar atormentado
donde deban morar, cual malvados amantes,
la llama inextinguible y el gusano inmortal?
Si tal es tu voluntad la he de sobrellevar
y venderé ambición en el mercado,
y dejaré que el gris fracaso sea mi pelaje
y que en mi corazón cave el dolor su tumba.
Tal vez sea mejor así - al menos
no hice de mi corazón algo de piedra,
ni privé a mi juventud de su pródigo festín,
ni caminé donde lo Bello es ignorado.
HAY ALGO PEOR A QUE HABLEN...
Hay algo peor a que hablen mal de ti: que no hablen de ti.
MI VOZ
En este mundo inquieto, moderno, apresurado,
tomamos todo aquello que nuestro corazón deseaba -tú y yo,
y ahora las velas blancas de nuestro barco están arriadas
y agotada la carga del navío.
Por ello, prematuras, empalidecen mis mejillas,
pues el llorar es mi contento huido
y el dolor ha apagado el rosa de mi boca
y la ruina corre las cortinas de mi lecho.
Pero toda esta vida atiborrada ha sido para ti
solamente una lira, un laúd, el encanto sutil
del violoncello, la música del mar
que duerme, mímico eco, en su concha marina.
BALADA DE LA CÁRCEL DE READING I
Ya no vestía su casaca escarlata,
Porque rojos son la sangre y el vino
Y sangre y vino había en sus manos
Cuando lo sorprendieron con la muerta,
La pobre muerta a la que había amado
Y a la que asesinó en su lecho.
Entre los reos caminaba
Con un mísero uniforme gris
Y una gorrilla en la cabeza;
Parecía andar ligero y alegre,
Pero nunca vi a un hombre que mirara
Con tanta avidez la luz del día.
Nunca vi a un hombre que mirara
Con ojos tan ávidos
Ese pequeño toldo azul
Al que los presos llaman cielo
Y cada nube que pasaba
Con sus velas de plata.
Yo, con otras almas en pena,
Caminaba en otro corro
Y me preguntaba si aquel hombre habría hecho
Algo grande o algo pequeño,
Cuando una voz susurró a mis espaldas:
"¡A ese tipo lo van a colgar!"
¡Santo Cristo! Hasta los muros de la cárcel
De pronto parecieron vacilar
Y el cielo sobre mi cabeza se convirtió
En un casco de acero ardiente;
Y, aunque yo también era un alma en pena,
Mi pena no podía sentirla.
Sólo sabía que una idea obsesiva
Apresuraba su paso, y por qué
Miraba al día deslumbrante
Con tan ávidos ojos;
Aquel hombre había matado lo que amaba,
Y por eso iba a morir.
Aunque todos los hombres matan lo que aman,
Que lo oiga todo el mundo,
Unos lo hacen con una mirada amarga,
Otros con una palabra zalamera;
El cobarde con un beso,
¡El valiente con una espada!.
Unos matan su amor cuando son jóvenes,
Y otros cuando son viejos;
Unos lo ahogan con manos de lujuria,
Otros con manos de oro;
El más piadoso usa un cuchillo,
Pues así el muerto se enfría antes.
Unos aman muy poco, otros demasiado,
Algunos venden y otros compran;
Unos dan muerte con muchas lágrimas
Y otros sin un suspiro:
Pero aunque todos los hombres matan lo que aman,
No todos deben morir por ello.
No todo hombre muere de muerte infamante
En un día de negra vergüenza,
Ni le echan un dogal al cuello,
Ni una mortaja sobre el rostro,
Ni cae con los pies por delante,
A través del suelo, en el vacío.
No todo hombre convive con hombres callados
Que lo vigilan noche y día,
Que lo vigilan cuando intenta llorar
Y cuando intenta rezar,
Que lo vigilan por miedo a que él mismo robe
Su presa a la prisión.
No todo hombre despierta al alba y ve
Aterradoras figuras en su celda,
Al trémulo capellán con ornamentos blancos,
Y al director, de negro brillante,
Con el rostro amarillo de la sentencia.
No todo hombre se levanta con lastimera prisa
Para vestir sus ropas de condenado
Mientras algún doctor de zafia lengua disfruta
Y anota cada nueva crispación nerviosa,
Manoseando un reloj cuyo débil tic-tac
Suena lo mismo que horribles martillazos.
No todo hombre siente esa asquerosa sed
Que le reseca a uno la garganta antes
De que el verdugo, con sus guantes de faena,
Franquee la puerta acolchada
Y le ate con tres correas de cuero
Para que la garganta no vuelva a sentir sed.
No todo hombre inclina la cabeza
Para escuchar el oficio de difuntos
Ni, mientras la angustia de su alma
Le dice que no está muerto,
Pasa junto a su propio ataúd
Camino del atroz tinglado.
No todo hombre mira hacia lo alto
A través de un tejadillo de cristal,
Ni reza con labios de barro
Para que cese su agonía
Ni siente en su mejilla estremecida
El beso de Caifás.
LA FUGA DE LA LUNA
Hay paz para los sentidos,
Una paz soñadora en cada mano,
Y profundo silencio en la tierra fantasmal,
Profundo silencio donde las sombras cesan.
Sólo el grito que el eco hace chillido
De algún ave desconsolada y solitaria;
La codorniz que llama a su pareja;
La respuesta desde la colina en brumas.
Y súbitamente, la luna retira
Su hoz de los cielos centelleantes
Y vuela hacia sus cavernas sombrías
Cubierta en velo de gasa gualda.
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