68 Poemas de Pablo Neruda 

EL RÍO

Yo entré en Florencia. Era
de noche. Temblé escuchando
casi dormido lo que el dulce río
me contaba. Yo no sé
lo que dicen los cuadros ni los libros
(no todos los cuadros ni todos los libros,
sólo algunos),
pero sé lo que dicen
todos los ríos.
Tienen el mismo idioma que yo tengo.
En las tierras salvajes
el Orinoco me habla
y entiendo, entiendo
historias que no puedo repetir.
Hay secretos míos
que el río se ha llevado,
y lo que me pidió lo voy cumpliendo
poco a poco en la tierra.
Reconocí en la voz del Arno entonces
viejas palabras que buscaban mi boca,
como el que nunca conoció la miel
y halla que reconoce su delicia.
Así escuché las voces
del río de Florencia,
como si antes de ser me hubieran dicho
lo que ahora escuchaba:
sueños y pasos que me unían
a la voz del río,
seres en movimiento,
golpes de luz en la historia,
tercetos encendidos como lámparas.
El pan y la sangre cantaban
con la voz nocturna del agua.

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VI

Por qué el sombrero de la noche
Vuela con tantos agujeros?
Qué dice la vieja ceniza
Cuando camina junto al fuego?
Por qué lloran tanto las nubes
Y cada vez son más alegres?
Para quién arden los pistilos
Del sol en sombra del eclipse?
Cuántas abejas tiene el día?

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ODA AL INVIERNO

Entrelazado, cerca de Dios, recrea el viento/
y en girasoles termales danza y gira,
viento de altura de montaña, un viento frío,
viento de duna de desierto, cálido viento…
ambos se abrazan y se cruzan/ intimidando su silencio,
y allí es que nace/ la lluvia helada,
lluvia formada en lo secreto.

Al polo claro de la luna el sol se enciende,
refulge y trae con sus rayos el color verde,
un hemisferio de la tierra es conmovido
y nace en él la primavera con su vestido.

Viste natura de colores todas las cosas,
vuelan alegres por los aires las mariposas,
en mis pulmones respiro yo olor divino,
y el ambiente en su calor se siente vivo.

Al polo opaco de la luna el sol se apaga,
nubes cargadas de frialdad lo engalanan,
él pierde fuerza en su vigor y poderío,
y el mundo empieza a congelarse, a hacerse frío.

Veo los árboles desnudos sin sus hojas,
y avecillas que en sus ramas se acomodan,
la nieve que de un cielo blando va cayendo/
tiñendo en blanco aun mis ojos con su invierno.

La nieve juega con la brisa y zigzaguea,
hiela los ríos de ternura cuando los besa,
cae al unísono, al soplido de los vientos
y con su magia envuelve todo en su misterio.

Pero qué lerda se ve la vida en estos tiempos,
humo transpiran mis nasales sin quererlo,
tiembla la piel, vibra el amor con los latidos
y al corazón/ ganas le dan/ de ser querido.

Se ruborizan las estrellas al yo mirarlas,
la luna en cielo poco espeja para mimarla,
corren callados en las corrientes los pececillos,
de gris y blanco torna natura su vestido
y en las praderas ya blanqueadas duermen su fiesta
miles de bestias que en sus guaridas se congregan.

Puedo escuchar aves gorjeando en los cogollos,
oír los trinos de bellas voces en concierto,
el aullar del lobo manso y estepario/
sentir la brisa, que leve mueve, sus tiernos brazos.

Quien lo diría que hubiese vida en este tiempo,
de gelidez, de hallar refugio y de sustento,
tiempo de paz, tiempo de abrigo y dar abrazos,
tiempo en que el sol/ se va alejando/ de nuestros pasos.

Bueno es sentir en mí este frío que me tiembla,
sentir la nieve tocar mi cara con pureza,
volar en alma si se puede, volverme río aunque me hiele,
y estar por siempre enamorado del gris invierno,
fluyendo lento por las venas del ruin tiempo,
ser estación y ser divino y de natura su vestido
eso quisiera aunque el sol en sus intentos
el diluiría aun mi piel.

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EN TI LA TIERRA

Pequeña
rosa,
rosa pequeña,
a veces,
diminuta y desnuda,
parece
que en una mano mía
cabes,
que así voy a cerrarte
y a llevarte a mi boca,
pero
de pronto
mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,
has crecido,
suben tus hombros como dos colinas,
tus pechos se pasean por mi pecho,
mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada
línea de luna nueva que tiene tu cintura:
en el amor como agua de mar te has desatado:
mido apenas los ojos más extensos del cielo
y me inclino a tu boca para besar la tierra.

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IV

Cuántas iglesias tiene el cielo?
Por qué no ataca el tiburón
A las impávidas sirenas?
Conversa el humo con las nubes?
Es verdad que las esperanzas
Deben regarse con rocío?

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LOS JUGADORES

Juegan, juegan.
Agachados, arrugados, decrépitos.

Este hombre torvo
junto a los mares de su patria, más lejana que el sol,
cantó bellas canciones.

Canción de la belleza de la tierra,
canción de la belleza de la Amada,
canción, canción
que no precisa fin.

Este otro de la mano en la frente,
pálido como la última hoja de un árbol,
debe tener hijas rubias
de carne apretada,
granada,
rosada.

Juegan, juegan.

Los miro entre la vaga bruma del gas y el humo.
Y mirando estos hombres sé que la vida es triste.

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AUSENCIA

Apenas te he dejado,
vas en mí, cristalina
o temblorosa,
o inquieta, herida por mí mismo
o colmada de amor, como cuando tus ojos
se cierran sobre el don de la vida
que sin cesar te entrego.

Amor mío
nos hemos encontrado
sedientos y nos hemos
bebido toda el agua y la sangre,
nos encontramos
con hambre
y nos mordimos
como el fuego muerde,
dejándonos heridas.

Pero espérame,
guárdame tu dulzura.
Yo te daré también
una rosa.

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LA RAMA ROBADA

En la noche entraremos
a robar
una rama florida.

Pasaremos el muro,
en las tinieblas del jardín ajeno,
dos sombras en la sombra.

Aún no se fue el invierno,
y el manzano aparece
convertido de pronto
en cascada de estrellas olorosas.

En la noche entraremos
hasta su tembloroso firmamento,
y tus pequeñas manos y las mías
robarán las estrellas.

Y sigilosamente,
a nuestra casa,
en la noche y la sombra,
entrará con tus pasos
el silencioso paso del perfume
y con pies estrellados
el cuerpo claro de la primavera.

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I

Por qué los inmensos aviones
No se pasean con sus hijos?
Cuál es el pájaro amarillo
Que llena el nido de limones?
Por qué no enseñan a sacar
Miel del sol a los helicópteros?
Dónde dejó la luna llena
Su saco nocturno de harina?

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AMOR AMÉRICA (1400)

Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.

Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre llores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.

Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.

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