12 Poemas de David Huerta 

NUPCIAS EN EL BOSQUE

¿Dijiste «globo traslúcido de una forma floral»?

¿Dijiste en verdad eso, con una voz serena,
distante y cálida, tu voz de viejo
metido en exploraciones inimaginables
para alguien como yo,
como nosotros, extraviados
en los meandros, los cableríos,
las oficinas y fábricas
de la Ciudad Irreal?

Suspendido en el aire caliente
del bosque, ese globo rodeado de luz,
atravesado por un fulgor primitivo,
destello de tornasoles orgánicos

ha aparecido para cumplir las nupcias
hermafroditas
de una pareja de invertebrados.

Es un globo diminuto
y gira

como gira una flor
en la mano de los adolescentes,
enfrentados, acaso por vez primera,
con una belleza insólita
que debería cambiarles la vida, según sentencia
de Rainer Maria Rilke.

Está suspendido de un hilo de baba
desprendido, como en medio de un vals,
de dos organismos sin discurso,
puras presencias materiales,
fantasmas o apariciones
del mundo sublunar y sus sueños de extrañas
geometrías.

Es una formación deslizante, salpicada por aceites
pesadillescos y salivas salidas
de algún océano primordial,
de una tormenta quieta de la biología.

Gira en el bosque.
En tu cabeza, en sus cámaras transparentes,
gira también, incesante.

¿Nupcias, dijiste? ¿De criaturas de extraña forma
cuando uno las ve de cerca, pero comunes
como la hierba de los jardines
y de las plazas públicas
cuando las considera a distancia,
la razonable distancia
de quienes, como nosotros,
no quieren saber nada de nada?

Una y otra vez, a lo largo de las noches veraniegas,
la imagen volverá:

anuncio de otros tiempos, de mundos paralelos
poblados por dragones diminutos
y granos de arena del tamaño del Himalaya.

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EL PENSADOR

Sentado en medio de los chisporroteos, de las babas
del siglo, de los ramos de estaño que rechinan y se curvan
hacia la mano de la doncella hipnotizada,

sentado a tientas en la oscura
limpieza del orgasmo, sentado y desnudo, sentado y vestido
por las carnales turgencias de una capa de ozono,

sentado entre los azules chasquidos y los ángulos apetitosos
de un muslo de muchacha desmayada y blanca,
más pálida, más lunar, más lánguida
cuanto más cerca de los ejes en racimo y más situada
en la vecindad de su visible dominio,

sentado y pensando en los caballos,
en las desigualdades sociales, en no-importa-qué,
en los galicismos, en la prosa del mundo,
en el antipático Hegel, en la necesidad
de tirar la basura. El pensador

se levanta luego, camina por las habitaciones azules
y por el Desierto de Gobi. Se sienta de nuevo.

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