Francisco de Quevedo
A FLORI, QUE TENÍA UNOS CLAVELES ENTRE
EL CABELLO RUBIO
Al oro de tu frente unos claveles
veo matizar, cruentos, con heridas;
ellos mueren de amor, y a nuestras vidas
sus amenazas les avisan fieles.
Rúbricas son piadosas y crueles,
joyas facinorosas y advertidas,
pues publicando muertes florecidas,
ensangrientan al sol rizos doseles.
Mas con tus labios quedan vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos después, de temerosos.
Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.
FLUCTUANDO EN LOS CABELLOS DE LISI
En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.
Leandro en mar de fuego proceloso,
su amor ostenta, su vivir apura;
Icaro en senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.
Con pretensión de fénix, encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta que su muerte engendre vidas.
Avaro y rico, y pobre en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.
EL AMOR ES LA ÚLTIMA FILOSOFÍA...
El amor es la última filosofía de la tierra y del cielo.
UNO A UNO TODOS SOMOS MORTALES...
Uno a uno, todos somos mortales; juntos, somos eternos.
NADIE OFRECE TANTO COMO EL QUE...
Nadie ofrece tanto como el que no cumplirá.
A UNA NARIZ
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
A ROMA SEPULTADA EN SUS RUINAS (Fragmento)
¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura!
A AMINTA, QUE TENIENDO UN CLAVEL EN LA BOCA...
Bastábale al clavel verse vencido
del labio en que se vio, cuando esforzado
con su propia vergüenza, lo encarnado
a tu rubí se vio más parecido,
sin que en tu boca hermosa dividido
fuese de blancas perlas granizado,
pues tu enojo, con él equivocado,
el labio por clavel dejó mordido;
si no cuidado de la sangre fuese,
para que, presumir a tiria grana,
de tu púrpura líquida aprendiese.
Sangre vertió tu boca soberana
porque roja victoria amaneciese
llanto al clavel y risa a la mañana.
A LA MAR (Fragmento)
¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
De ocupar a los peces su morada,
Y al Lino de estorbar el paso al viento?
Desde el 21 hasta el 30 de un total de 51 obras de Francisco de Quevedo