Luis de Góngora 

TODO SE MURMURA

Todo se murmura,
y la culpa toda
tiene, la malicia,
fondo en invidiosa.
Luce un caballero
con hacienda poca;
anda otro, más rico,
su persona sola.
Ríense los dos
(la razón les sobra)
de que el uno gaste,
de que el otro esconda.
Ríese la zorra,
búrlase la mona,
de que le falte cola,
de que le sobre cola.

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EN DOS LUCIENTES ESTRELLAS

En dos lucientes estrellas,
y estrellas de rayos negros,
dividido he visto el sol
en breve espacio de cielo;
el luciente oficio hacen,
de las estrellas de Venus,
las mañanas, como el alba,
las noches, como el lucero.
Las formas perfilan de oro,
milagrosamente haciendo,
no las bellezas, obscuras,
sino los obscuros, bellos;
cuyos rayos para él
son las llaves de su puerto,
si tiene puertos un mar
que es todo golfos y estrechos.
Pero no son tan piadosos,
aunque sí lo son, pues vemos
que visten rayos de luto
por cuantas vidas han muerto.

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A CÓRDOBA

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas ruinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,

Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

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ÉRASE UNA VIEJA

Érase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran;
para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.
Con la sed de amor
corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,
a que con sus manos,
pues tiene tal gracia,
como el unicornio,
bendiga las aguas;
también acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
sintiendo la falta
con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas.

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LEVANTANDO BLANCA ESPUMA

Levantando blanca espuma,
galeras de Barbarroja
ligeras le daban caza
a una pobre galeota
en que alegre el mar surcaba
un mallorquín con su esposa,
dulcísima valenciana
bien nacida, si hermosa.
Del Amor agradecido,
se la llevaba a Mallorca,
tanto a celebrar las pascuas
cuanto a festejar las bodas.
Y cuando a los sordos remos
más se humillaban las olas,
más se ajustaba a la vela
el blando viento que sopla,
espïándola detrás
de una punta insidïosa
estaba el fiero terror
de las playas españolas;
sobresaltóla en el punto
que por una parte y otra
sus cuatro enemigos leños
tristemente la coronan.
Crece en ellos la cudicia
y en estotros la congoja,
mientras se queja la dama,
derramando tierno aljófar:
«Favorable, cortés viento,
si eres el galán de Flora,
válgasme en este peligro
por el regalo que gozas.
Tú, que, embravecido, puedes,
los bajeles que te enojan,
embestillos en la arena
con más daño que en las rocas;
tú, que con la misma fuerza
cuando al humilde perdonas
sueles de armadas reales
escapar barquillas rotas:
salga esta vela a lo menos
de estas manos rigurosas,
cual de garras de halcón
blancas alas de paloma».

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LLORABA LA NIÑA

Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
Dejóla tan niña
que apenas creo yo
que tenía los años
que ha que la dejó.
Llorando la ausencia
del galán traidor,
la halla la luna
y la deja el sol,
añadiendo siempre
pasión a pasión,
memoria a memoria,
dolor a dolor.
Llorad, corazón,
que tenéis razón.

Dícele su madre:
«Hija, por mi amor,
que se acabe el llanto
o me acabe yo».
Ella le responde:
«No podrá ser, no;
las causas son muchas,
los ojos son dos;
satisfagan, madre,
tanta sinrazón,
y lágrimas lloren
en esta ocasión
tantas como dellos,
un tiempo, tiró
flechas amorosas
el arquero dios.
Ya no canto, madre,
y si canto yo,
muy tristes endechas
mis canciones son;
porque el que se fue,
con lo que llevó,
se dejó el silencio
y llevó la voz».
Llorad, corazón,
que tenéis razón.

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AL TRAMONTAR DEL SOL, LA NINFA MÍA

Al tramontar del sol, la ninfa mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas troncaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.

Ondeábale el viento que corría
el oro fino con error galano,
cual verde hoja de álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;

mas luego que ciñó sus sienes bellas
de los varios despojos de su falda
-término puesto al oro y a la nieve-,

juraré que lució más su guirnalda
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve.

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INFIERE, DE LOS ACHAQUES DE LA VEJEZ, CERCANO EL FIN A QUE CATÓLICO SE ALIENTA

En este occidental, en este, oh Licio,
climatérico lustro de tu vida
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.

¿Caduca el paso? Ilústrese el juicio.
Desatándose va la tierra unida;
¿qué prudencia del polvo prevenida
la ruina aguardó del edificio?

La piel no sólo sierpe venenosa,
mas con la piel los años se desnuda,
y el hombre no. ¡Ciego discurso humano!

¡Oh aquél dichoso que, la ponderosa
porción depuesta en una piedra muda,
la leve da al zafiro soberano!

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¡OH CUÁN BIEN QUE ACUSA ALCINO!

¡Oh cuán bien que acusa Alcino,
Orfeo de Guadïana,
unos bienes sin firmeza
y unos males sin mudanza!
Pulsa las templadas cuerdas
de la cítara dorada,
y al son desata los montes,
y al son enfrena las aguas.
¡Oh cuán bien canta su vida,
cuán bien llora su esperanza!
Y el monte y el agua escuchan
lo que llora y lo que canta:
«La vida es corta, y la esperanza, larga,
el bien huye de mí, y el mal se alarga.

»El bien es aquella flor
que la ve nacer el alba,
al rayo del sol caduca,
y la sombra no la halla;
el mal, la robusta encina
que vive con la montaña,
y de siglo en siglo el tiempo
le peina sus verdes canas;
la vida es ciervo herido
que las flechas le dan alas;
la esperanza, el animal
que en sus pies mueve su casa.
La vida es corta, y la esperanza, larga,
el bien huye de mí, y el mal se alarga».

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ANDE YO CALIENTE Y RÍASE LA...

Ande yo caliente y ríase la gente.

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