20 Poemas de Hermann Hesse 

UN SUEÑO

Salones que cruzamos con timidez,
un centenar de rostros que desconocemos...
Con lentitud, una tras otra,
las luces palidecen.
Allí cuando su brillo se hace gris
cuando se ciega con el atardecer,
un rostro me parece familiar,
la memoria del amor encuentra
conocidos los rostros
que antes fueron extraños.
Oigo nombres de padres,
hermanos, camaradas,
así como de héroes, de mujeres, poetas
que yo reverencié cuando muchacho.
Pero ninguno de ellos
me concede siquiera una mirada.
Como las llamas de una vela
se desvanecen en la nada
dejan en el entristecido corazón
sonidos de poemas olvidados,
oscuridad, lamentos
en torno de los días ya encauzados
en leyenda y en sueño
de una luz disfrutada alguna vez.

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MONTAÑAS EN LA NOCHE

El lago se ha extinguido,

oscuro duerme el cañaveral

murmurando en el sueño.

Sobre el campo extendidas

alargadas montañas amenazan.

No reposan.

Hondamente respiran, se mantienen

unidas unas contra otras.

Respirando hondamente,

llenas de oscuras fuerzas, irredentas

en su pasión devoradora.

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LAMENTO

El ser no nos ha sido dado. Somos un río solo
Y dócilmente en toda forma confluimos:
Tanto la noche como el día, catedral o caverna,
Todo lo atravesamos, pues nos arrastra la sed por existir.

Así llenamos forma tras forma sin descanso,
Y ninguna llega a ser patria, ni dicha, ni necesidad,
Siempre de viaje, huéspedes para siempre,
No nos llaman el campo ni el arado, tampoco crece el pan para nosotros.

Desconocemos lo que Dios piensa de los hombres.
Él juega con nosotros, somos arcilla entre sus manos,
Enmudecida y maleable, ni ríe ni solloza,
Es realmente dúctil, pero tampoco se calcinará.

¡Ser convertido en piedra alguna vez!
Siempre viva por ello está nuestra nostalgia,
Mas también queda siempre un temeroso escalofrío
Y nunca se hace pausa en nuestro sendero.

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SIN CONSUELO

Al mundo primitivo
no conducen senderos;
no se consuela nuestra alma
con ejércitos de estrellas,
no con río, bosque y mar.
Ni un árbol uno encuentra,
ni río ni animal
que penetre al corazón;
no encontrarás un consuelo
sino entre tus semejantes.

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LA SILENCIOSA NUBE

Delgada, blanca,
dulce, silenciosa
nube que ondea en el [cielo] azul.
Baja la mirada y siente
cómo eres con blanca bienaventuranza
y entre azules sueños transportada.

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NOCHE DEL TEMPRANO ESTÍO

El cielo tormentoso,
y un tilo en el jardín,
en pie, tiembla.
Es tarde ya.
Un pálido relámpago
vemos en el estanque
permanecer, con ojos
grandes, humedecidos.

Las flores se mantienen
en tallo fluctuante
y afiladas guadañas
se acercan más y más.

El cielo tormentoso
trae un aire pesado.
Mi chica se estremece:
«¿Lo sientes tú también?»

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VIDA DE UNA FLOR

Por la verde ronda de hojas ya se asoma
con temor infantil, y apenas mirar osa;
siente las ondas de luz que la cobijan,
y el azul incomprensible del cielo y del Verano.
Luz, viento y mariposas la cortejan; abre,
con la primera sonrisa, su ansioso corazón
hacia la vida, y aprende a entregarse,
como todo ser joven, a los sueños.

Más ahora ríe toda, arden sus colores
y en su cáliz asoma ya el dorado polen;
aprende a sentir el calor del mediodía
y, agotada, se inclina al lecho de hojas por la tarde.

Labios de mujer madura con sus bordes,
donde las líneas tiemblan por la edad ya presentida.
cálida florece al fin su risa, en cuyo fondo
amarga caducidad y hastío anidan.

Pero ya se ajan y reducen los pétalos,
ya cuelgan pesadamente sobre las semillas.
Palidecen los colores como espectros: el gran
secreto envuelve ya a la moribunda.

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ESBOZOS

El viento del Otoño crepita frío entre los juncos secos,
envejecidos por el anochecer;
aleteando, las cornejas vuelan desde el sauce, tierra adentro.

Un viejo solitario se detiene un instante en una orilla,
siente el viento en sus cabellos, la noche y la nieve que se acercan,
desde la orilla en sombras mira la luz enfrente
donde entre nubes y lago la línea de la costa más lejana
todavía refulge en la cálida luz:
aúreo más allá, dichoso como el sueño y la poesía.

La mirada sostiene con firmeza en la fulgurante imagen,
piensa en la patria, recuerda sus buenos años,
ve palidecer el oro, lo ve extingirse,
se vuelve y, lentamente, se dirige
tierra adentro desde aquel sauce.

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ODA A HÖLDERIN

Amigo de mi juventud, a ti regreso agradecido

ciertos atardeceres, cuando entre los saúcos

en el jardín que duerme suena sólo

la fuente susurrante.

Hoy nadie te conoce, amigo mío; en estos tiempo nuevos

muchos se han apartado del encanto tranquilo de la Hélade,

sin oraciones y sin dioses

prosaicamente el pueblo camina sobre el polvo.

Pero para una secreta multitud de absortos entrañables

a los que el dios llenó el alma de anhelos

aún suenan las canciones

de tu arpa divina.

Cansados del trabajo regresamos ansiosos

a la ambrosiaca noche de tu canto,

cuyas flotantes alas nos protegen

con un sueño dorado.

Y cuando nos encanta tu canción más ardiente se enciende,

más dolorosamente arde hacia el país dichoso del pasado

hacia los templos de los griegos

esta nostalgia que jamás termina.

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SOBRE HIRSAU

Mientras descanso bajo los abedules
recuerdo tiempos ya pasados,
cuando con mi dolor adolescente
un mismo olor atravesaba el bosque.
En este lugar mismo, sobre el musgo,
tímido y ardoroso, yo soñaba
con una joven rubia y muy esbelta,
primera rosa para mi corona.

Pasado el tiempo envejeció mi sueño
y se alejó de mí. Mas otro sobrevino.
¡Cuánto hace ya que me dijera adiós!

¿Con quién se fue? ¿Quién fue?
Aún hoy no lo sé, solamente que era
graciosa, esbelta y rubia de cabellos.

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Desde el 11 hasta el 20 de un total de 20 Poemas de Hermann Hesse

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