15 Poemas de Johann Wolfgang von Goethe 

AMOR SIN DESCANSO

¡A través de la lluvia, de la nieve,
A través de la tempestad voy!
Entre las cuevas centelleantes,
Sobre las brumosas olas voy,
¡Siempre adelante, siempre!
La paz, el descanso, han volado.

Rápido entre la tristeza
Deseo ser masacrado,
Que toda la simpleza
Sostenida en la vida
Sea la adicción de un anhelo,
Donde el corazón siente por el corazón,
Pareciendo que ambos arden,
Pareciendo que ambos sienten.

¿Cómo voy a volar?
¡Vanos fueron todos los enfrentamientos!
Brillante corona de la vida,
Turbulenta dicha…
¡Amor, tu eres esto!

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EL ATARDECER DE LA VIDA

Sobre las cumbres
hay paz,
en las copas de los árboles
apenas puedes
percibir un aliento,
los pajarillos han enmudecido en el bosque.
Espera, pronto
descansarás tú también.

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EL PESCADOR

Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algún pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno-¡oh maravilla!-
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.

Y con voz rítmica le increpa:
-¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¡Si tú supieras qué delicia
allá se goza bajo el agua,
tal como estas te arrojarías
al mar, dejando en paz la caña!

¿No ves al sol, no ves la luna
cómo en las ondas se recrean?
¿Doble de hermosos no parecen
cuando en las agujas se reflejan?
¿No te seduce el hondo cielo
cuando su azul, húmedo muesta?
Cuando este aljófar lo salpica,
¿del propio rostro no te prendas?

Hinchada el agua, espumajea,
del pescador lame los pies;
siente el cuitado una nostalgia,
cual si a su amada viera fiel.
Cantaba un tanto la sirena,
todo pasó en un santiamén;
tiró ella de él, resbaló el hombre,
nunca más se dejó ver.

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LA VIOLETA

En la pradera una violeta había
encorvada y perdida entre la yerba,
con todo y ser una gentil violeta.
Una linda pastora,
con leve paso y desenfado alegre,
llegó cruzando por el prado verde,
y este canto se escapa de su boca:

-¡Ay! Si yo fuera-la violeta dice-
la flor más bella de las flores todas…,
pero tan solo una violeta soy,
¡condenada a morir sobre el corpiño
de una muchacha loca!
¡Ah, mi reinado es breve en demasía;
tan solo un cuarto de hora!

En tanto que cantaba, la doncella,
sin fijarse en la pobre violetilla,
hollóla con sus pies hasta aplastarla.
Y al sucumbir, pensó la florecilla,
todavia con orgullo:

-Es ella, al menos,
quien la muerte me da con sus pies lindos,
no me ha sido del todo el sino adverso.

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EL ESPEJO DE LA MUSA

Cierto día, temprano, cuando el empeño se adornó con impaciencia,
la Musa siguió la corriente del río,
hasta un rincón apartado y tranquilo.
Rápida y sonora fluía
la cambiante superficie distorsionada,
hacia sus figura encantadora que huía,
entonces la Diosa abandonó la ira.
Sin embargo, el arroyo la llamó burlándose:
¿No verás entonces la verdad en mi claro espejo?
Pero ella corría lejos, cerca del océano;
en su figura el regocijo alababa,
adornando debidamente su guirnalda.

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ELEGÍAS (3)

¡No te pese, oh amada, tan pronto haberte dado!
Segura está; de ti yo nada malo pienso.
Por modo muy diverso de Amor las flechas hieren:
las hay que el corazón lentamente envenenan,
y las hay que buidas, traspasan la médula
y en fiebre fulminante la sangre nos inflaman.
En los heroicos tiempos en que dioses y diosas
amaban, iban juntos mirada, deseo y goce.
¿Crees que usó de remilgos con el joven Anquisos
Venus cuando en los campos vio su apuesta figura?
¿Ni que al joven durmiente respetara la Luna,
sabiendo que, envidiosa, despertaríalo el Alba?
Miró Hero a su Leandro en medio de la fiesta,
y llegada la noche lanzóse él a las ondas.
Por agua al Tíber iba la virginal princesa
Rea Silvia, cuando Amor hirióla con su dardo.
¡Así Marte engendró sus hijos!… Una loba
amamantólos!… ¡Roma fue así reina del mundo!

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ELEGÍAS (4)

Piadosos los amantes somos; culto rendimos
a todos los demonios, a todo Dios honramos.
¡Iguales a vosotros, romanos triunfadores!,
que en Roma a todos ellos ofrecisteis albergue;
a los egipcios, templos de nocturno basalto,
de blanco alegre mármol a los dioses de Grecia.
No habrán, pues, de enojarse, si en honor de uno de ellos
quemamos un incienso raramente preciado.
Porque, no lo negamos, a un dios especialmente
cada día dedicamos nuestras preces e incienso.
Gravemente joviales, en secreto oficiamos,
y diz que tal secreto al iniciado cuadra.
Antes de las Erinnias la furia arrostraríamos
antes sufrir querríamos de Jove los rigores
en la rueda y la roca, que del grato servicio
amoroso perder el gustoso entusiasmo;
la diosa que adoramos se llama la Ocasión
y mostrársenos suele con mil varios aspectos.
De Prometeo pudiera la hija ser y de Tetis,
que con astucia varia engañaba a los héroes.
Ella también éngaña al inexperto y sandio,
al dormilón esquiva y al vigilante ayuda,
pero solo se entrega al activo y osado;
con él vuélvese mansa y cariñosa y tierna.
Yo también pude verla; es morena, y copioso
su negro pelo cubre su frente en demasía,
enroscándose en rizos en torno a su garganta,
y en no peinadas ondas junto a sus sendas sienes.
No me paré a pensarlo; cogí a la fugitiva,
y mis besos y abrazos, experta, devolvióme.
¡Qué dichoso sentirme! Pero pasó aquel tiempo,
y de romanos lazos ahora ya libre estoy.

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LA DESPEDIDA

Esta clásica tierra felizmente me inspira;
pretérito y presente por igual me seducen.
De los antiguos sigo el consejo, y sus obras
con mano ansiosa hojeo, y siempre en ello gozo.
Mas Amor en la noche de otro modo me ocupa,
y por poco que aprenda doblemente me ufano.
Pero ¿es que aprendo poco contemplando las formas
de esta viva escultura que mis manos moldean?
Ahora es cuando comprendo al mármol; pues lo estudio
con ojos sensitivos y con manos videntes.
Y si del día la amada alguna hora me niega,
en cambio de la noche me las concede todas.
No todo se va en besos; que también conversamos,
y cuando le entra el sueño yo despierto medito.
Más de un poema, en sus brazos, he rimado, y a fe
que tecleando en su espalda suavemente, escandía
los latinos hexámetros. En tanto, ella en su plácido
sueño alentaba un soplo que mi sangre encendía.
Atizaba su antorcha Amor y recordaba
los tiempos en que al célebre triunvirato asistiera.

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ELEGÍAS (1)

¡Decid, piedras; hablad vosotros, altos palacios!
¡Una palabra, oh vías! Genio, ¿no te conmueves?
Sí, un alma tiene todo dentro tus sacros muros,
¡oh Roma eterna! Solo que aun para mí está muda.
¡Oh, quién podría decirme en qué ventana antaño
vi la pura beldad cuyo fuego es un bálsamo!
¡Ay, qué torpe mi alma no adivina aún la senda,
vagando por la cual tiempo perdí precioso!
Templos, palacios, ruinas y columnas hoy miro
cual hombre que al viajar sacar provecho sabe.
Mas pronto su tarea termina y solo queda
un templo, el del amor, que a iniciados acoge.
¡Un mundo, en verdad, eres, Roma! Mas sin Amor,
¡ni el mundo sería mundo ni Roma fueras tú!

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SONETO

Del arte practicar los modos nuevos,
sagrado deber es que se te impone;
según el ritmo y el compás prescritos,
moverte tú también como yo puedes.

Que si con fuerza el ánimo se excita,
entonces justamente pide calma;
y por más aspavientos que hacer pueda,
al cabo su remate la obra halla.

Tal yo quisiera artísticos sonetos,
en un alarde medida justa,
rimar con mis mejores sentimientos;

Sólo que, a la verdad, algo me ata,
pues antaño tallaba a mi capricho,
y ahora de cuando en cuando pegar debo.

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