Tomás de Iriarte
EL JILGUERO Y EL CISNE
«Calla tú, pajarillo vocinglero
-dijo el cisne al jilguero-.
¿A cantar me provocas, cuando sabes
que de mi voz la dulce melodía
nunca ha tenido igual entre las aves?»
El jilguero sus trinos repetía,
y el cisne continuaba: «¡Qué insolencia!
¡Miren cómo me insulta el musiquillo!
Si con soltar mi canto no le humillo,
dé muchas gracias a mi gran prudencia».
«¡Ojalá que cantaras!
-le respondió por fin el pajarillo-.
¡Cuánto no admirarías
con las cadencias raras
que ninguno asegura haberte oído,
aunque logran más fama que las mías!...»
Quiso el cisne cantar, y dio un graznido.
¡Gran cosa! Ganar crédito sin ciencia,
y perderle en llegando a la experiencia.
Moraleja: De nada sirve la fama si no se corresponden las obras.
EL GUSANO DE SEDA Y LA ARAÑA
Trabajando un gusano su capullo,
la araña, que tejía a toda prisa,
de esta suerte le habló con falsa risa,
muy propia de su orgullo:
«¿Qué dice de mi tela el señor gusano?
Esta mañana la empecé temprano,
y ya estará acabada a mediodía.
¡Mire qué sutil es, mire qué bella!...»
El gusano, con sorna, respondía:
«¡Usted tiene razón; así sale ella!»
Moraleja: Se ha de considerar la calidad de la obra, y no el tiempo que se ha tardado en hacerla.
LA RANA Y EL RENACUAJO
En la orilla del Tajo
hablaba con la rana el renacuajo,
alabando las hojas, la espesura
de un gran cañaveral y su verdura.
Mas luego que del viento
el ímpetu violento
una caña abatió, que cayó al río,
en tono de lección dijo la rana:
«Ven a verla, hijo mío;
por de fuera muy tersa, muy lozana;
por dentro toda fofa, toda vana».
Moraleja: Las falsas apariencias no logran esconder el verdadero interior de las personas.
EL MISMO
Señor Don Juan, quedito, que me enfado:
besar la mano es mucho atrevimiento;
abrazarme... no, Juan, no lo consiento.
Cosquillas... ay Juanito... ¿y el pecado?
Qué malos son los hombres... mas, cuidado
que me parece, Juan, que pasos siento...
no es nadie... despachemos un momento
¡Ay, qué placer... tan dulce y regalado!
Jesús, qué loca soy, quién lo creyera
que con un hombre yo... siendo cristiana
mas... que... de puro gusto...¡ay, alma mía!
Ay, qué vergüenza, vete... ¿aún tienes gana?
Pues cuando tú lo pruebes otra vez...
pero, Juanito, ¿volverás mañana?
EL PATO Y LA SERPIENTE
A orillas de un estanque,
diciendo estaba un pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?
Soy de agua, tierra y aire:
cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo;
si se me antoja, nado».
Una serpiente astuta,
que le estaba escuchando,
le llamó con un silbo
y le dijo «¡So guapo!
no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,
ni nada como el barbo;
y así, tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo».
Moraleja: Más vale saber una cosa bien que muchas mal.
LA RANA Y LA GALLINA
Desde su charco, una parlera rana
oyó cacarear a una gallina.
«¡Vaya! -le dijo-; no creyera, hermana,
que fueras tan incómoda vecina.
Y con toda esa bulla, ¿qué hay de nuevo?»
«Nada, sino anunciar que pongo un huevo».
«¿Un huevo sólo? ¡Y alborotas tanto!»
«Un huevo sólo, sí, señora mía.
¿Te espantas de eso, cuando no me espanto
de oírte cómo graznas noche y día?
Yo, porque sirvo de algo, lo publico;
tú, que de nada sirves, calla el pico».
Moraleja: Al que trabaja algo, puede disimulársele que lo pregone; el que nada hace, debe callar.
AUNQUE ES VERDAD (Fragmento del soneto)
¿qué han pecado mis coplas juveniles,
para que con trompetas y atabales,
con pregonero y sendos alguaciles
salgan por esas calles y portales?
EL RUISEÑOR Y EL GORRIÓN
Siguiendo el son del organillo un día,
tomaba el ruiseñor lección de canto,
y a la jaula llegándose entretanto
el gorrión parlero, así decía:
«¡Cuánto me maravillo
de ver que de ese modo
un pájaro tan diestro
a un discípulo tiene por maestro!
Porque, al fin, lo que sabe el organillo
a ti lo debe todo».
«A pesar de eso -el ruiseñor replica-,
si él aprendió de mí, yo de él aprendo.
A imitar mis caprichos él se aplica;
yo los voy corrigiendo
con arreglarme al arte que él enseña;
y así pronto verás lo que adelanta
un ruiseñor que con escuela canta».
¿De aprender se desdeña
el literato grave?
Pues más debe estudiar el que más sabe.
Moraleja: Nadie crea saber tanto que no tenga más que aprender.
LA CAMPANA Y EL ESQUILÓN
En cierta catedral una campana había
que sólo se tocaba algún solemne día.
Con el más recio son, con pausado compás,
cuatro golpes o tres solía dar, no más.
Por esto, y ser mayor de la ordinaria marca,
celebrada fue siempre en toda la comarca.
Tenía la ciudad, en su jurisdicción,
una aldea infeliz, de corta población,
siendo su parroquial una pobre iglesita,
con chico campanario, a modo de una ermita;
y un rajado esquilón, pendiente en medio de él,
era allí quien hacía el principal papel.
A fin de que imitase aqueste campanario
al de la catedral, dispuso el vecindario
que despacio y muy poco el dichoso esquilón
se hubiese de tocar sólo en tal cual función;
y pudo tanto aquello en la gente aldeana,
que el esquilón pasó por una gran campana.
Muy verosímil es, pues que la gravedad
suple en muchos así por la capacidad.
Dígnanse rara vez de despegar sus labios,
y piensan que con esto imitan a los sabios.
Moraleja: Con hablar poco y gravemente, logran muchos opinión de hombres grandes.
LA PARIETARIA Y EL TOMILLO
Yo leí, no sé dónde, que, en la lengua herbolaria
saludando al tomillo la hierba parietaria,
con socarronería le dijo de esta suerte:
«Dios te guarde, tomillo: lástima me da verte;
que aunque más oloroso que todas estas plantas,
apenas medio palmo del suelo te levantas».
Él responde: «Querida, chico soy, pero crezco
sin ayuda nadie. Yo sí te compadezco,
pues, por más que presumas, ni medio palmo puedes
medrar, si no te arrimas a una de esas paredes».
Cuando veo yo algunos que de otros escritores
a la sombra se arriman, y piensan ser autores
con poner cuatro notas o hacer un prologuillo,
estoy por aplicarles lo que dijo el tomillo.
Moraleja: Nadie pretenda ser tenido por autor, sólo con poner un ligero prólogo o algunas notas a libro ajeno.
Desde el 11 hasta el 20 de un total de 23 obras de Tomás de Iriarte