Blas de Otero 

LA TIERRA

Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalar las ruinas.

Romper el mar
en el mar, como un himen inmenso,
mecen los árboles el silencio verde,
las estrellas crepitan, yo las oigo.

Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
—ese río del tiempo hacia la muerte—.

Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contramuerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos.

Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela.
Pero la muerte, desde dentro, mata.

...El mar —la mar—, como un himen inmenso,
los árboles moviendo el verde aire,
la nieve en llamas de la luz en vilo...

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ESPAÑA

A veces pienso que sí, que es imposible
evitarlo. Y estoy a punto de morir
o llorar. Desgraciado de aquel que tiene patria,
y esta patria le obsede como a mí.

Pregunto, me pregunto: ¿Qué es España?
¿Una noche emergiendo entre la sangre?
¿Una vieja, horrorosa plaza de toros
de multitud sedienta y hambrienta y sin salida?

Fuere yo de otro sitio. De otro sitio cualquiera.
A veces pienso así, y golpeo mi frente
y rechazo la noche de un manotazo: España,

aventura truncada, orgullo hecho pedazos,
lugar de lucha y días hermosos que se acercan
colmados de claveles colorados, España.

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PIDO LA PAZ Y LA PALABRA

Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.

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UN RELÁMPAGO APENAS

Besas como si fueras a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,

me declaro vencido, si vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes. Sin dolerme,

tiras mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio. Y luego, mimadora,
la brizas y la rozas con tu beso.

Oh Dios, oh Dios, oh Dios, si para verte
bastara un beso, un beso que se llora
después, porque, ¡oh, por qué!, no basta eso.

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YO DOY TODOS MIS VERSOS POR...

Yo doy todos mis versos por un hombre en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, mi último voluntad.

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LOS MUERTOS

La sangre – nuestros muertos- se levanta
con el humo del pueblo silencioso;
en la sombra del río, aún más hermoso,
el chopo antiguo, al contemplarse, canta.

Archivando la luz en la garganta,
vuela, libre, el insecto laborioso.
Alto cielo tallado: luminoso
cristal donde la rosa se quebranta.

Es nuestro ayer, nuestro dolor sin nombre,
retornando, de nuevo, su camino;
futuro en desazón, presente incierto,

sobre el hermoso corazón del hombre.
Como una vieja piedra de molino
que mueve, todavía, el cauce muerto.

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1923

Llueve en Bilbao y llueve llueve llueve
livianamente, emborronando el aire,
las oscuras fachadas y las débiles
lomas de Archanda, mansamente llueve

sobre mi infancia colegial e inerme
(jugando con los chicos de la calle
reconcentrada y tímidamente).
Por Pagasarri trepan los Pinares.

Llueve en la noche triste de noviembre,
el viento roza y moja los cristales,
y, entresoñando, escucho. Llueve llueve

en mi villa de olvido memorable
-mademoiselle Isabel-, pálida frente
de niño absorto entre los soportales...

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HOMBRE

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

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GALLARTA

Acaso el mar. Tampoco. El hombre acaso.
Es el otoño. Hermoso dios. La tierra
roja. La piedra, roja. Acaso, un árbol
como la sangre. Hermoso dios. La piedra
y el hombre.
Es el otoño. Entonces. Caminábamos
hacia la cima. El mar en letra impresa.
Corto en palabras, pero en olas ancho.
Hacia las cinco de la tarde. Ortuella
y el aire.
Entonces. Entornó, no sé, los párpados
ella. Hermoso dios de la miseria.
Y, ya en la llambria, a vista de barranco,
el hierro.
Rey de los ojos. Sófocles roñado.
Hundida silla sideral. Paciencia.
Vizcaíno es el hierro -el mar, cantábrico-,
corto en palabras. Ley de los poemas
míos.

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BILBAO

Yo, cuando era joven,
te ataqué violentamente,
te demacré el rostro,
porque en verdad no eras digna de mi palabra,
sino para insultarte,
ciudad donde nací, turbio regazo
de mi niñez, húmeda de lluvia
y ahumada de curas,
esta noche,
no puedo dormir, y pienso en tus tejados,
me asalta el tiempo huido entre tus calles,
y te llamo desoladamente desde Madrid,
porque sólo tú sostienes mi mirada,
das sentido a mis pasos
sobre la tierra:
recuerdo que en París aún me ahogaba tu cielo
de ceniza,
luego alcancé Moscú como un gagarin de la guerra fría,
y el resplandor de tus fábricas
iluminó súbitamente las murallas del Kremlin,
y cuando bajé a Shanghai sus muelles se llenaban de barcos del Nervión
y volé a La Habana y recorrí la Isla
ladeando un poco la frente,
porque tenía necesidad de recordarte y no perderme
en medio de la Revolución,
ciudad de monte y piedra, con la mejilla manchada por la más burda hipocresía
ciudad donde, muy lejos, muy lejano,
se escucha el día de la venganza alzándose con una rosa blanca junto al cuerpo de Martí.

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