Hermann Hesse 

EN LA NIEBLA

¡Qué extraño es vagar en la niebla!
En soledad piedras y sotos.
No ve el árbol los otros árboles.
Cada uno está solo.

Lleno estaba el mundo de amigos
cuando aún mi cielo era hermoso.
Al caer ahora la niebla
los ha borrado a todos.

¡Qué extraño es vagar en la niebla!
Ningún hombre conoce al otro.
Vida y soledad se confunden.
Cada uno está solo.

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NADA NUEVO SURGE SIN LA MUERTE...

Nada nuevo surge sin la muerte.

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LOS INMORTALES

Hasta nosotros sube de los confines del mundo,
el anhelo febril de la vida;
con el lujo la miseria confundida,
vaho sangriento de mil fúnebres festines;
espasmos de deleite, afanes, espantos,
manos de criminales, de usureros, de santos.

La humanidad con sus ansias y temores,
a la vez que sus cálidos y pútridos olores,
transpira santidades y pasiones groseras,
se devora ella misma y devuelve después lo tragado,
incuba nobles artes y bélicas quimeras,
y adorna de ilusión la casa en llamas del pecado;
se retuerce y consume y degrada,
en los goces de feria de su mundo infantil,
a todos les resurge radiante y renovada,
y al final se les trueca en polvo vil.

Nosotros, en cambio,
vivimos las frías mansiones del éter cuajado de mil claridades;
sin horas ni días, sin sexos ni edades.
Y vuestros pecados y vuestras pasiones
y hasta vuestros crímenes nos son distracciones,
igual que el desfile de tantas estrellas por el firmamento.

Infinito y único es para nosotros el menor momento,
viendo silenciosos vuestras pobres vidas inquietas,
mirando en silencio girar los planetas,
gozamos del gélido invierno espacial.
Al dragón celeste nos une amistad perdurable;
es nuestra existencia serena inmutable,
nuestra eterna risa, serena y astral.

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LOBO ESTEPARIO

Yo, lobo estepario, troto y troto,
la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul,
pero nunca una liebre, nunca un ciervo.

¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.

Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi cola tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.

Ahora troto y sueño con ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.

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HUÍDA DE LA JUVENTUD

El estío, cansado, inclina la cabeza
para verse surgir, amarillo, del lago.
Hago mi camino cansado y polvoriento
por las alamedas en penumbra.
El viento titubea y corre entre los álamos.
A mis espaldas, el cielo empieza a enrojecer.
Delante de mí tengo el miedo de la noche.
Y crepúsculo. Y muerte.
Hago mi camino cansado y polvoriento,
y detenida y dudosa queda tras de mí
la juventud, que baja su hermosa cabeza
y se niega a acompañarme.

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MONTAÑAS EN LA NOCHE

El lago se ha extinguido,

oscuro duerme el cañaveral

murmurando en el sueño.

Sobre el campo extendidas

alargadas montañas amenazan.

No reposan.

Hondamente respiran, se mantienen

unidas unas contra otras.

Respirando hondamente,

llenas de oscuras fuerzas, irredentas

en su pasión devoradora.

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UN SUEÑO

Salones que cruzamos con timidez,
un centenar de rostros que desconocemos...
Con lentitud, una tras otra,
las luces palidecen.
Allí cuando su brillo se hace gris
cuando se ciega con el atardecer,
un rostro me parece familiar,
la memoria del amor encuentra
conocidos los rostros
que antes fueron extraños.
Oigo nombres de padres,
hermanos, camaradas,
así como de héroes, de mujeres, poetas
que yo reverencié cuando muchacho.
Pero ninguno de ellos
me concede siquiera una mirada.
Como las llamas de una vela
se desvanecen en la nada
dejan en el entristecido corazón
sonidos de poemas olvidados,
oscuridad, lamentos
en torno de los días ya encauzados
en leyenda y en sueño
de una luz disfrutada alguna vez.

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LAMENTO

El ser no nos ha sido dado. Somos un río solo
Y dócilmente en toda forma confluimos:
Tanto la noche como el día, catedral o caverna,
Todo lo atravesamos, pues nos arrastra la sed por existir.

Así llenamos forma tras forma sin descanso,
Y ninguna llega a ser patria, ni dicha, ni necesidad,
Siempre de viaje, huéspedes para siempre,
No nos llaman el campo ni el arado, tampoco crece el pan para nosotros.

Desconocemos lo que Dios piensa de los hombres.
Él juega con nosotros, somos arcilla entre sus manos,
Enmudecida y maleable, ni ríe ni solloza,
Es realmente dúctil, pero tampoco se calcinará.

¡Ser convertido en piedra alguna vez!
Siempre viva por ello está nuestra nostalgia,
Mas también queda siempre un temeroso escalofrío
Y nunca se hace pausa en nuestro sendero.

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LA SILENCIOSA NUBE

Delgada, blanca,
dulce, silenciosa
nube que ondea en el [cielo] azul.
Baja la mirada y siente
cómo eres con blanca bienaventuranza
y entre azules sueños transportada.

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SIN CONSUELO

Al mundo primitivo
no conducen senderos;
no se consuela nuestra alma
con ejércitos de estrellas,
no con río, bosque y mar.
Ni un árbol uno encuentra,
ni río ni animal
que penetre al corazón;
no encontrarás un consuelo
sino entre tus semejantes.

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Desde el 11 hasta el 20 de un total de 28 obras de Hermann Hesse

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