Manuel Altolaguirre
COPA DE LUZ
Antes de mi muerte, un árbol
está creciendo en mi tumba.
Las ramas llenan el cielo,
las estrellas son sus frutas
y en mi cuerpo siento el roce de
sus raíces profundas.
Estoy enterrado en penas,
y crece en mí una columna
que sostiene al firmamento,
copa de luz y amargura.
Si está tan triste la noche
está triste por mi culpa.
NOCHE
Las tinieblas escuchan
el clamor del abismo,
la tremenda garganta
del dolor infinito.
Y se enternecen más
sobre los precipicios;
oscuridades anchas
bajo las que vivimos,
aires negros que son
montañas de suspiros,
blandos como el aliento
de los recién nacidos.
Consoladora noche,
y madre que es toda oídos,
para las quejas hondas,
para los altos gritos.
DOLOR
Tras unos ojos negros,
dentro de una mirada,
ira y desorden ciegos
deseaban volcarse
para dañar mi vida.
Pero ¿qué son los sucios
charcos de otras conciencias?
¿Qué son y adónde alcanzan?
Yo, que hubiera querido
sentirme niño siempre
bajo la protección de aquellos ojos,
ahora sólo me importa
no pisar su destello
entre tanta miseria
como a mis pies existe.
Crecí sin saber cómo.
Hay dolor en la altura
del bien y el desengaño.
Hubiera preferido,
a esta soledad fría,
una ignorancia cómplice
al nivel de la tierra.
GRACIAS A TI
Hoy puedo estar conmigo. He deseado
para ti todo el bien y me acompaña
la bondad del amor. A ti te debo
gozar en soledad la compañía
más difícil del hombre,
la que consigo mismo tiene.
Le has dado a mi semblante sin saberlo
una luz interior que me hace fuerte,
para vencer mayores soledades.
LA POESÍA
Tan clara que, invisible,
en sí misma se esconde,
como el aire o el agua,
transparente y oculta;
desierta no, surcada
por pájaros y peces,
herida por los árboles.
ALMA
Se levantó sin despertarme.
Andaba lenta, aplastándose tanto
hasta pasar bajo imposibles
sitios huecos,
o estirándose fina como un ala
atravesando puertas entreabiertas.
No tenía vista,
pero salvaba los obstáculos
con previsora maestría.
Ni tacto,
pero evitaba las esquinas
sin recibir un golpe.
Ni oído,
pero cuando el portazo aquél,
sobresaltada,
corriendo vino a mí,
en mí escondiéndose
y despertando en mí,
su cuerpo.
COMO UN SOL
Como un sol de las doce,
su presencia clarísima
fue recogiendo todos
mis recuerdos tendidos.
Todos fueron entrando
bajo mis pies inmóviles,
como cartas alegres
por rendijas de puertas.
¡Oh, sombra de mi alma!
Mientras que deslumbrante,
recortados sus brillos,
sobre mí iluminaba
intensamente el mundo.
¡Blanco sol de mi alma!
AMOR
Amor, sólo te muestras
por lo que de mí arrancas,
aire invisible eres
que despojas mi alma
manchando el limpio cielo
con suspiros y lágrimas.
Al pasar me has dejado
erizado de ramas,
defendido del frío
por espinas que arañan,
cerradas mis raíces
al paso de las aguas,
ciega y sin hojas la desnuda frente
que atesoró verdores y esperanzas.
MI VIDA
¡Roca maternal, te olvido
buscando el mar de la muerte,
dibujando un largo río
de recuerdos transparentes.
Agua primera de vida,
voy con un blanco torrente
detrás, que me empuja y brama
vida de nubes y nieves.
Mi vida riega los campos,
mi vida vuela celeste,
mi vida se queda blanca
sobre las cumbres, perenne.
Quienes se vieron en mí
me llegan por tal corriente,
asaltan mi corazón
como legiones de peces
y forman espumas blancas
que se agolpan en mis sienes.
La vejez irá delante,
hacia el mar, sin detenerse.
Mi vida está enamorada,
su prometida es la muerte.
LA POESÍA
No hay ningún paso,
ni atraviesa nadie
los dinteles de luz y de colores,
cuando la rosa se abre,
porque invisibles son los paraísos
donde invisibles aves
los cantos melodiosos del silencio
a oscuras dan al aire,
más allá de la flor, adonde nunca
alma vestida puede presentarse,
donde se rinde el cuerpo a la belleza
en un vacío entrañable.
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