Manuel Altolaguirre
DESNUDO
El cielo de tu tacto
amarillo cubría
el oculto jardín
de pasión y de música.
Altas yedras de sangre
abrazaban tus huesos.
La caricia del alma
—brisa en temblor— movía
todo lo que tú eras.
¡Qué crepúsculo bello
de rubor y cansancio
era tu piel! Estabas
como un astro sin brillo
recibiendo del sol
la luz de tu contorno.
Sólo bajo tus pies era de noche.
Eras cárcel de música,
de la música presa
que intentaba escapar
en cada gesto tuyo,
pero que no podía salir
y se asomaba como un niño
a los cristales de tus ojos claros.
A UNA MUCHACHA QUE SE LLAMABA NIEVES
Rojo dará su luz cuando la aurora
negra de tus miradas ilumine
tu bello despertar de primavera;
cuando tus grandes ojos sean las nubes,
tu corazón un sol, tu piel la tierra
sonrosada de un mundo de rubores;
cuando el amor tu nombre frío deshiele
sin que por eso pierda su blancura;
cuando un hombre te quiera y tú, queriéndole,
escuches su silencio con tu boca.
NO ESTÁS TAN SOLA SIN MÍ...
No estás tan sola sin mí. Mi soledad te acompaña. Yo desterrado, tú ausente. ¿Quién de los dos tiene patria?.
MI SOLEDAD CONSCIENTE MIRA LAS HERMOSURAS...
Mi soledad consciente mira las hermosuras inútiles del mundo.
EN MIS LABIOS LOS RECUERDOS EN...
En mis labios los recuerdos. En tus ojos la esperanza. No estoy tan solo sin ti. Tu soledad me acompaña.
NO ME RESIGNO A DAR LA...
No me resigno a dar la despedida a tal altivo y firme sentimiento que tanto impulso y luz diera a mi vida.
CAMPO
(Cinco pétalos tiene
la flor que él ama:
la camisa de lino,
el refajo de lana
el vestido de seda,
el delantal, la capa).
Aquel árbol de la cumbre
tiene las bridas del viento;
la capa de su jinete
pinta de celeste al cielo
y el agua del río se aleja
acariciando reflejos.
El pastor trenza su honda
con fibras de esparto nuevo,
mientras el rebaño va
dejando desnudo el suelo.
Ella en el barranco rojo
sus ramas rubias dio al viento.
Las miradas del pastor
oblicuamente crecieron.
Ella en el barranco rojo
y él en el perfil del cerro.
LE HAS DADO A MI SEMBLANTE...
Le has dado a mi semblante sin saberlo una luz interior que me hace fuerte, para vencer mayores soledades.
A UN OLMO
Qué lenta libertad vas conquistando
con un silencio lleno de verdores!
Apenas si se nota en ti la vida
y nada hay muerto en ti, olmo gigante
Tus hojas tan pequeñas me enternecen,
te aniñan, te disculpan
de los brutales troncos de tus ramas.
Las hojas que resbalan por tu rostro
parecen el espejo de mi llanto,
parecen las palabras cariñosas
que me sabrías decir si fueras hombre.
¡Quién como tú pudiera ser tan libre,
con esa libertad lenta y tranquila
con la que así te vas formando!
Tú permaneces, pero te renuevas,
estás bien arraigado, pero creces,
y conquistas el cielo sin derrota,
dueño de tu comienzo y de tus fines.
Si yo tuviera comunicaciones
con las duras raíces ancestrales;
si mis antepasados retorcidos
me retuvieran firmes desde el suelo;
si mis hijos, mis versos y las aves
brotaran de mis brazos extendidos,
como un hermano tuyo me sintiera.
Olmo, dios vegetal, bajo tu sombra,
bajo el rico verdor de tus ideas,
amo tu libertad que lentamente
sobrepasa los duros horizontes,
y me quejo de mí, tan engañado,
andando suelto para golpearme
contra muros de cárcel y misterio.
Las tinieblas son duras para el hombre.
Desde el 21 hasta el 29 de un total de 29 obras de Manuel Altolaguirre