14 Cuentos de Juan Eugenio Hartzenbusch 

EL PESCADOR

Un pobre pescador, volviendo al puerto,
sacó de la red un muerto.

Sin mirar si era fiel o si era moro,
sepultura le dio, y halló un tesoro.

Premio de su virtud sencilla y pura,
la caridad le trajo la ventura.

Moraleja: Haz el bien, y no mires a quién.

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LA FUENTE MANSA

Mira esa fuente plácida, Florencio,
que fluye sin rumor, y baña el prado.

Moraleja: Con su ejemplo enseñado,
haz al prójimo bien, y hazlo en silencio.

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EL LINAJUDO Y EL CIEGO

A un ciego le decía un linajudo:
Todos mis ascendientes héroes fueron.
Y respondiole el ciego: No lo dudo:
yo sin vista nací; mis padres vieron.

Moraleja: La vanidad juega malas pasadas; no presumas de los logros de otros, pues corres el riesgo de quedar en ridículo.

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LAS ESPIGAS

La espiga rica en fruto
se inclina a tierra;
la que no tiene grano,
se empina tiesa.

Moraleja:
Es en su porte
modesto el hombre sabio,
y altivo el zote.

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LA ROSA AMARILLA

Amarilla volviose
la rosa blanca,
por envidia que tuvo
de la encarnada.

Moraleja:
Teman las niñas
convertirse de blancas
en amarillas.

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EL SANTERO

A cierta romería,
sobre una dócil mula caballero,
iba en Andalucía
un pícaro santero,
que de cada espolazo
al animal sacábale un pedazo,
y mientras, cariñoso le decía:
Corra, que su cachaza me atribula;
corra por caridad, hermana mula.

Moraleja:
Faz de paloma, corazón de arpía,
palabras de ángel y obras de demonio:
tal es, sin levantarle testimonio,
la pérfida, la vil hipocresía.

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LOS CARACOLES

Dos caracoles un día
tuvieron fuerte quimera
sobre quién mayor carrera
en menos tiempo daría.
Una rana les decía:
Yo he llegado a sospechar
que sois ambos a la par
algo duros de mover;

Moraleja: Antes de echar a correr,
mirad si podéis andar.

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TIMANTES

Pintaba el celebérrimo Timantes
un Júpiter con ojos fulgurantes,
rayo en la diestra y en la izquierda rayo;
y al severo pintor díjole un payo:
Si en ambas manos el rigor le pones,
¿con cuál vierte ese Dios premios y dones?

Moraleja:
Es en la Omnipotencia
igual a la justicia la clemencia.

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LA VERDAD SOSPECHOSA

Llevaban a enterrar dos granaderos
al soldado andaluz Fermín Trigueros,
embrollón sin igual, que de un balazo
cayó sin menear ni pie ni brazo.
-¡Hola, sepultureros!
(les dijo un oficial), ¿murió ese tuno?
-Murió, (contesta, de los dos, el uno).
Aquí Trigueros en su acuerdo torna,
y oyendo la expresión, dice con sorna:
Lo que es por la presente,
me figuro que vivo, mi teniente.
A lo cual replicó su camarada:
No dé usted a Fermín crédito en nada.
Siempre embustero fue: su fin es cierto;
pero aún miente el bribón después de muerto.

Moraleja:
Quien falte a la verdad, con eso cuente:
dirá que hay Dios, y le dirán que miente.

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LA TOALLA

¡Ay! (Exclamó Isabel) ¡ay qué toalla!
Cuando me enjugo el rostro, me le ralla.
Su aya le dice: Si la broza quita,
perdona el refregón, Isabelita.

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