17 Poemas de Rafael Pombo 

ELVIRA TRACY

¡He aquí del año el más hermoso día,
digno del paraíso! ¡Es el temprano
saludo que el otoño nos envía;
son los adioses que nos da el verano!

Ondas de luz purísima abrillantan
la blanca alcoba de la dulce Elvira;
los pajarillos cariñosos cantan,
el perfumado céfiro suspira.

He allí su tocador: aún se estremece
cual de su virgen forma al tacto blando.
He allí a la madre de Jesús: parece
estar sus oraciones escuchando.

¡Un féretro en el centro, un paño, un Cristo!
¡Un cadáver! ¡Gran Dios!… ¡Elvira!… ¡Es ella!
Alegremente linda ayer la he visto.
¿Y hoy?… hela allí… ¡Solamente bella!

¡No ha muerto: duerme! ¡Vedla sonreída!
Ayer, en esta alcoba deliciosa,
feliz soñaba el sueño de la vida;
¡Hoy sueña el de una vida aún más dichosa:

Ya de la rosa el tinte pudibundo
murió en su faz; pero en augusta calma
la ilumina un reflejo de otro mundo
que al morir se entreabrió para su alma.

Ya para los sentidos no se enciende
la efímera beldad de arcilla impura:
mas, tras de ella, el espíritu sorprende
la santa eternidad de otra hermosura.

Cumplió quince años; ¡ay, edad festiva,
mas misterios y rara; edad traidora!
¡Cuando es la niña para el hombre esquiva,
y a los ángeles férvida enamora!

¡Pobre madre! ¡Del hombre la guardaste,
pero esconderla a su ángel no supiste!
¡La vio, se amaron, nada sospechaste
y en el impensado instante la perdiste!

Vio al expirar a su ángel adorado
y abrió los ojos al fulgor del cielo,
y dijo: -El sacrificio ha terminado.
¡Ven vámonos a casa!-, y tendió el vuelo.

¡Por eso luce tan hermoso el día
indiferente al llanto que nos cuesta!
Hoy hay boda en el cielo; él se gloria:
¡La patria de la novia está de fiesta!

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VALS

¡Más y más rápida
vuele la música!
¡Más y más ágiles
giren los pies!
En abrazo intimo
locos lancémonos
a la vorágine
de la embriaguez.
Amantes hálitos
pueblan la atmósfera,
y al rico estrépito
cimbra el salón.
Y de cien lámparas
los prismas trémulos
arpas eólicas
vibrando son.
Diamantes príncipes
se eclipsan pálidos
al ojo fébrido
de la beldad.
Y en lunas vénetas
hierve a relámpagos
de oro y de purpura,
su claridad.
Del valse al ímpetu
formas angélicas
despiden ráfagas
de tentación.

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A INTACTA

¿No sientes tú que tu exquisita boca
pide otra boca que se estampe en ella,
y un mirar que incendiador destella
la bomba de los ósculos provoca?

¿Que para cárcel de tu pecho es poca
esa malla que mórbido atropella;
y en fin, que cuando Dios te hizo tan bella
no dijo: «Esto se mira y no se toca»?

¿No sientes que tu misma no te sientes
en todo tu sabor mientras no expriman
en ti tu rico jugo extraños dientes?

¿Y que aguardas los brazos que te opriman
tal como inerte y mudo aguarda el piano
de ágil virtuoso la potente mano?

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MI TIPO

La belleza en la mujer
no es cuestión del Padre Astete,
y en que el tal molde la mete
muy bobos nos quiere hacer.
Tal vez querrá colocar,
dos o tres hijas tarascas,
o de amorosas borrascas
a un hijo alegrón salvar.
Mas yo entiendo la cuestión
como estrictamente estética,
y no ha de tachar de herética
ni un Santo mi solución:
Que la norma en la belleza
es variable y contingente,
porque cada cual la siente
según su naturaleza.
La insípida el tonto adora,
el sabio la intelectual,
y cada hombre su ideal
halla en donde se enamora.
Yo, por hoy libre y vacante,
diera el voto a una morena,
forma esbelta pero llena,
con faz correcta y picante.
Ingenua expresión de niña
con ojos de horno que quemen,
y labios de esos que tremen
como provocando a riña.
Belleza meridional
de alma y línea decidida:
no esa inerte y desabrida
de corderito pascual.
Acaramelada tez
más bien que batido blanco.
tipo ardiente, activo y franco
no de angélica insulsez.
Candor de cielo en el rostro
con un infierno inconsciente,
algo que encante y que tiente,
querub con visos de monstruo.
De monstruo que me devore
y que a la vez me arrebate,
que adorándome me mate
e insultándome me adore.
Quiero una beldad dramática
no una sílfide de idilio,
una Dido de Virgilio
mas que una Ofelia linfática.
No una lánguida pasiva,
igual, pintada hermosura,
sino agridulce en ternura
y gratamente agresiva.
Y sin jugar del vocablo,
diré que mi musa, en fin,
ha de ser una serafín
salpicadito de diablo.

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EL ÚLTIMO INSTANTE

Si sólo un instante resta
a nuestro amor desgraciado,
y si ese instante ha llegado
para nunca más volver,
¡Deja, por Dios, este instante
que te acaricie y te adore,
que de amor y angustia llore,
y que llore de placer!
Postrer vez tus blandas formas
sobre mi amante regazo,
tu cuello sobre mi brazo
y el otro en torno de ti.
Locos, atónitos, ebrios,
en delicioso desmayo,
pidamos que venga un rayo
a refundirnos así.
¡Al negro umbral de un infierno
de sufrimiento infinito,
den nuestras almas un grito
de inmensa felicidad!
Que nunca nieguen que amaron,
que un paraíso perdieron:
¡Soñaron cuanto quisieron,
y ese sueño fue verdad!
¡Venga un beso! Y sea más dulce
que aquel primer dulce beso,
y el mismo ardiente embeleso
timbre en tu mágica voz.
Gocemos cual dos que ausentes
tornan al fin a abrazarse,
no cual dos que al separase
se dan el último adiós.
¿Último? No, amada mía,
que el corazón con que te amo
fiel a ti como a su amo
el perro del montañés.
Del naufragio de la vida
me rescatará triunfante
para que venga anhelante
a deponerlo a tus pies.
¿Último? No, que a despecho
del envidioso destino,
no ha de faltarme camino
para volver hasta ti;
ave de amor que anidaste,
yo sabré tender el vuelo
tras del ángel hasta el Cielo,
tras de la mujer aquí.
Más mientras llega la hora
del recuerdo y de la ausencia
y unida con tu existencia
veo mi existencia correr;
¡Deja, por Dios, este instante
que te acaricie y te adore,
que de amor y angustia llore,
y que llore de placer!

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LA TORMENTA DE VERANO

Al terrado subí buscando en donde
Asistir a la esplendida tormenta,
Fiesta lustral que ansiaba la sedienta
Tierra en la faz mustia y abatida fronde.

Préndese el cielo. Pálida se esconde
La noche. El trueno asordador revienta,
Y en toda la ancha esfera turbulenta,
Estruendo a estruendo y luz a luz responde.

Palestra de titánica porfia
Turbiones y relámpagos destella,
Y ruge y truena en bárbara armonía.

Rasga el rayo honda grieta, clara y bella
En la cuarteada bóveda sombría,
Y vislumbrase a Dios a través della.

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PRELUDIO DE PRIMAVERA

Ya viene la galana primavera
con su séquito de aves y flores,
anunciando a la lívida pradera
blando engramado y música de amores.

Deja ¡oh amiga! el nido acostumbrado
enfrente de la inútil chimenea;
ve a mirar el sol resucitado
y el milagro de luz que nos rodea.

Deja ese hogar, nuestra invención mezquina:
ven a este cielo, al inmortal brasero;
con el amor de Dios nos ilumina
y abrasa como padre al mundo entero.

Ven a este mirador, ven y presencia
la primera entrevista cariñosa
tras largo tedio y dolorosa ausencia
del rubio sol y su morena esposa;

ella no ha desceñido todavía
su sayal melancólico de duelo,
y en su primer sonrisa de alegría
con llanto de dolor empapa el suelo.

No esperaba tan pronto al tierno amante,
y recelosa en su contento llora,
y parece decirle sollozante:
¿Por qué si te has de ir vienes ahora?

Ya se oye palpitar bajo esa nieve
tu noble pecho maternal, Natura,
y el sol palpita enamorado y bebe
el llanto postrimer de tu amargura.

«¡Oh, que brisa tan dulce! –va diciendo-.
»Yo traeré miel cáliz de las flores;
»y a su rico festín ya irán viniendo
»mis veraneros huéspedes cantores»

¡Que luz tan deliciosa! es cada rayo,
larga mirada intensa de cariño,
sacude el cuerpo su letal desmayo
y el corazón se siente otra vez niño.

Esta es la luz que rompe generosa
sus cadenas de hielo a los torrentes
y devuelve su plática armoniosa
y su alba espuma a las dormidas fuentes.

Esta es la luz que pinta los jardines
y en ricas tintas la creación retoca;
la que devuelve al rostro los carmines
y las francas sonrisas a la boca.

Múdanse el cierzo el ábrego enojosos
y andan auras y céfiros triscando
como enjambre de niños bulliciosos
que salen de su escuela retozando.

Naturaleza entera estremecida
comienza a preludiar la grande orquesta,
y hospitalaria a todos nos convida
a disfrutar su regalada fiesta.

Y todos le responden, toda casa
ábrese al sol bebiéndolo a torrentes,
y cada boca al céfiro que pasa,
y al cielo azul los ojos y las frentes.

Al fin soltó su garra áspera y fría
al concentrado y taciturno invierno
y entran en comunión de simpatía
nuestro mundo interior y el mundo externo.

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