8 Cuentos de José Rosas Moreno 

EL HIJO DESOBEDIENTE

En una selva sombría,
Un nido en un árbol vi,
Y desde el nido, "pí, pí,"
Un pajarillo decía.

Su buen padre que lo oia,
"Voy", le dijo cariñoso,
"Voy a, volar presuroso
Ricos granos a traerte;
Espérame sin moverte
Y procura ser juicioso."

Al verle el nido dejar,
Dijo el cándido polluelo:
"¡Cuál le envidio! ¡cuánto anhelo
El viento también cruzar!"

Quiso en el acto volar
Y el ala tendió imprudente;
Mas descendió de repente
Y horrible muerte encontró;
Siempre el cielo castigó
Al hijo desobediente.

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EL GIRASOL Y LA ENCINA

En un valle delicioso,
a la luz del Sol naciente,
alzaba altivo la frente
un girasol orgulloso;
y de allí no muy distante,
en esa misma pradera,
junto a la verde ribera
de un arroyo murmurante,
una encina se miraba
tan pequeña todavía,
que casi se confundía
con la yerba que brotaba.
Contemplóla el girasol,
y extendiendo hojas y flores
al recibir los fulgores
y las caricias del Sol,
le dijo con fatuidad:
—¿Cómo te llamas, vecina?
—Soy la planta de la encina.
—Me estás causando piedad:
¡tres años llevas de ver
del Sol la magnificencia,
y no has podido crecer!
Te falta el aliento mío:
yo nací en la primavera,
y orgullo de la pradera
me ha contemplado el estío;
tú eres un pobre retoño.
—No estés, por Dios, tan ufano-
le dijo la encina;—hermano,
tú no has de ver el otoño.
Aunque estoy junto del suelo,
aunque comienzo a vivir,
he mirado ya morir
a tu padre y a tu abuelo.
Y cien años pasarán,
y cuando ya de tu gloria
no quede ni la memoria,
los viajeros me verán
llena de savia y de vida,
llena de regia hermosura,
coronada de verdura
y por el viento mecida.

El girasol vanidoso,
sus palabras al oír,
no sabiendo qué decir
permaneció silencioso.

Al fin el otoño frío
con sus rigores llegó,
y el girasol se inclinó
triste, marchito y sombrío.

Y al mirarlo agonizante,
la encina le repetía:
Gloria alcanzada en un día,
no dura más que un instante.

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LA CONCIENCIA

El bien os voy a mostrar
¡Oh niños del alma mía!
Contestad con alegría
Lo que os voy a preguntar.

¿Decidme, por qué razón,
Si cumplís vuestro deber,
Sentís un dulce placer
Que os inunda el corazón?

¿Por qué al ver la desventura
Del mendigo que os implora,
Queréis llorar cuando llora
Y mitigáis su amargura?

¿Por qué, si del mal horrible
Os ciega el falso esplendor,
Tiene vuestra alma un dolor
Implacable, indefinible?

¿Qué hay oculto en vuestro ser
Que en el dolor os alienta,
Que en el mal os atormenta
Y os da en la virtud placer?

¿Qué es lo que os hace sentir
Dulce paz, duelos impíos?
¿No lo sabéis, hijos mios?
Pues os lo voy a decir.

Dios ama el bien; y al formar
Este valle de tormento
Le dio al hombre un sentimiento
Que el bien le obligó a buscar.

En esta breve existencia,
Tan frágil y tan sombría
Hay una voz que nos guía,
Y se llama LA CONCIENCIA.

Cuando con noble ardimiento
Odiéis la maldad impura,
Sentirá vuestra alma pura
Un inefable contento.

Si seguís senda maldita,
Veréis que vuestra alma gime
Y sentiréis que os oprime
Una tristeza infinita.

Yo lo sé por experiencia,
Y os lo digo aunque os asombre:
La felicidad del hombre
Depende de su conciencia.

Del mundo en la agitación,
Entre el bien y la maldad,
Vuestra conciencia buscad
Y seguid su inspiración.

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EL DIAMANTE EN LA OSCURIDAD

En una noche sombría,
En una joya orgulloso
Estaba un diamante hermoso;
Pero nadie le veía.
¡Triste hermosura a fé mía!
¡Infundada vanidad!
—Niños, os digo en verdad,
Que en esta mansión impura,
Es sin virtud la hermosura,
Diamante en la oscuridad.

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EL DROMEDARIO Y EL CAMELLO

¡Válgame Dios, qué veo!
- un camello decía a un dromedario -;
tú eres en el desierto necesario,
más la verdad, amigo, estás muy feo
con esa singular, alta joroba,
más grande que una alcoba.

¡Y el que así se burlaba y se reía,
dos jorobas magníficas tenía!

Moraleja: Hombres hay que no encuentran nada bueno,
que aunque son de defectos un acopio,
la paja miran en el ojo ajeno,
y la viga jamás ven el propio.

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LAS TRES MONEDAS

Al volver cierto día a su casa, un padre cariñoso dio a cada uno de sus pequeños hijos una moneda de diez centavos, ofreciendo un precioso regalo al que mejor empleara su modesto tesoro.

Llenos de alegría los niños con aquél obsequio, se alejaron gozosos, expresando su placer en sus gritos y en sus risas infantiles.

Durante algunas horas recorrieron las calles de la ciudad, deteniéndose embelesados ante los lujosos aparadores de tiendas y dulcerías y después de su agradable paseo regresaron contentos al hogar, donde los aguardaban las caricias maternales.

Cuando la tarde declinaba, el amoroso padre los reunió en el jardín para que le dieran cuenta del uso que habían hecho de su fortuna.

—Yo, dijo el mas pequeño, he comprado dulces deliciosos y los he comido todos, pensando en que eres tú muy bueno y en que nos quieres mucho.

— Es natural en tu edad, hijo mío, que solo pienses en el placer de un momento, exclamó el padre; los años y la experiencia llegarán a hacerte al fin mas sabio y mas prudente.

—Yo, dijo el otro niño, he guardado cuidadosamente la moneda que me diste, con otras que ya tenia, para reunir mucho dinero y comprar mas tarde un hermoso vestido.

— Tú piensas en el porvenir, exclamó alborozado el padre; el buen juicio y la economía te harán al fin rico y dichoso.

Llegó su vez al mayor de los tres niños; pero guardó silencio, bajando al suelo los ojos, ruborizado.

—¿Qué has hecho tú de tu tesoro?— le preguntó el padre severamente.

Conmovido el pobre niño, no se atrevía a contestar.

—Yo lo he visto todo, dijo entonces la madre, estrechando al niño entre sus brazos y llenándole de caricias. Iba Enrique a comprar con su moneda un bellísimo e ingenioso juguete, cuando pasaron cerca de él algunos pobres niños huérfanos, tristes, enflaquecidos y cubiertos de harapos, pidiendo tímidamente una limosna por amor de Dios. Nuestro hijo, al verles, sintió sus ojos inundados de lágrimas, abandonó el juguete, y con su moneda compró pan que los pequeños mendigos comieron con ansiedad, bendiciéndole.

—Tuyo es el regalo, hijo mío, exclamó el padre; tú has empleado mejor que tus hermanos tu modesto tesoro. Más delicioso que el sabor de los dulces, más grande que el placer de llevar un hermoso vestido, es el gozo purísimo que deja en el corazón el recuerdo de una acción buena. Toma esta moneda de oro, recompensa justa de tu generoso proceder; haz buen uso de ella, y no olvides que Dios sonríe en el cielo cuando ve desarrollarse en el alma de los niños el sentimiento de la caridad.

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EL RATONCILLO IGNORANTE

Un ratoncito pequeño,
sin malicia todavía,
al despertar de su sueño,
se sentó en su cuarto un día.

Delante del agujero
sentado un gatito estaba
y con tono zalamero
así al ratoncito hablaba:

- Sal, querido ratoncillo,
que te quiero acariciar,
te traigo un dulce exquisito
que te voy a regalar.

- Tengo un azúcar muy buena,
miel y nueces deliciosas...
si sales, a boca llena
podrás comer de mil cosas.

El ratoncillo ignorante
del agujero salió;
y don gato en el instante
a mi ratón devoró.

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LA TELA DE ARAÑA

Sobre una frágil rosa
fabricaba una Araña cierto día
su tela portentosa,
y cuenta que decía,
con su trabajo ufana:
- Ya decidida estoy: desde mañana
me he de poner aquí de centinela,
y como tengo industria y maña y brío,
no pasará jamás junto a mi tela
ni un sólo moscardón que no haga mío.

Dando entonces rugidos llegó el Viento,
y arrebató violento
hojas, tela, proyectos y esperanzas.

Moraleja: Así también su dicha de repente
desvanecerse ve con honda pena
aquel que sobre arena
va a fabricar palacios imprudentemente.

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