8 Poemas de Emilia Pardo Bazán 

ALMAS GEMELAS

Mitades de una gota de rocío
con que el mar, al beberla,
en lo profundo de su seno frío
cuaja una sola perla;
átomos del perfume de la rosa
que el viento mece unido;

notas que vibra el arpa melodiosa
iguales en sonido;
estrellas dobles que en el alto cielo
una órbita describen;
almas gemelas que en el triste suelo
de un pensamiento viven;
esto sin duda son los que se quieren
su fe guardando entera,
y acaso pasarán cuando aquí mueran
a amarse en otra esfera.

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EL ALMA DEL POETA

"Il est l' home des utopies,
les pieds ici, les yeux ailleurs."
V. Hugo

El alma del poeta, profunda,
triste, grande, desbórdase en sus
himnos, se queja en sus
cantares; a veces sube al cielo
en alas de los ángeles, y a veces
al abismo precipitada cae.

Entre entusiasmo y lágrimas
eternamente flota, como el
esquife frágil, juguete de las
olas. Y como el Galileo a quien
se humilla Roma, si rara vez
sonríe frecuentemente llora.

Heraldo de las crisis que sufren
las naciones,
ensalza a los leales, flagela
a los traidores. Su estrofa,
que se guarda en mármoles
y bronces, eleva, nuevo
Homero los héroes a
dioses.

Si agita a los hebreos la voz de
los profetas, Virgilio encanta a
Roma, Homero forma a Grecia.
Siempre que un pueblo marcha
a colosal empresa, sus fastos
eterniza sublime la epopeya.

La forma es del artista que
al mármol la traslada: ¡ tan
sólo los poetas saben copiar
el alma! En vez de la
herramienta emplean la
palabra que presta al dulce
ritmo sus palpitantes alas.

La frase apasionada
que el alma busca en vano,
acude del poeta
a los fecundos labios.
Por eso tanto pecho
al eco de sus cantos
se agita ruboroso
al verse adivinado.

Por eso tantas lágrimas
corrieron sobre el libro do
el soñador encuentra su
pensamiento mismo:
Inclínase su frente
y absorto y conmovido
exclama suspirando:
_¡Quisiera haberlo dicho!

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PORVENIR DE LA POESÍA

"La nature est la grande lyre,
le poete l'archet divin."
V. Hugo

I.
¿Por qué profeta triste, me
dices que este siglo mató la
poesía con desterrar el mito?
Aunque ceguéis la fuente no
falta el ancho río; él buscará
otro cauce para su curso
límpido. Si exhausto el
viajero se tiende en el camino
porque llegó la noche y están
sus pies heridos, al despuntar
la aurora con redoblados
bríos emprenderá la ruta que
le marcó el destino. Jamás de
los poetas se extinguirán los
himnos; si hoy enmudece el
pájaro es que prepara trinos.
Y cuando algunas veces su
corazón marchito en vez de
dulces cantos desbórdase en
gemidos,
allá en el horizonte la
sombra de Virgilio le
dice, como a Dante: "
¡Prosigue, amado hijo!"

II.
¡Oh bella poesía!
Mientras exista el hombre
tus frescos manantiales no
temas que se agoten.
Porque el poeta estudia
los mundos interiores;
traduce al luminoso
lenguaje de los dioses del
corazón los gritos, los
ecos de dolores, los
sueños y esperanzas, las
dulces ilusiones, las
dudas, las creencias la
vida y los amores. En esta
eterna lucha que traban
las pasiones con la razón
serena que al fin las vence
noble, como Jacob al
ángel irán los triunfadores
pidiendo a la poesía sus
santas bendiciones.

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SONETO

Considera que en humo se convierte
el dulce bien de tu mayor contento,
y apenas vive un rápido momento
la gloria humana y el placer más fuerte.

Tal es del hombre la inmutable suerte:
nunca saciar su ansioso pensamiento,
y al precio de su afán y su tormento
adquirir el descanso de la muerte.

La muerte, triste, pálida y divina,
al fin de nuestros años nos espera
como al esposo infiel la fiel esposa;

y al rayo de la fe que la ilumina,
cuanto al malvado se parece austera,
al varón justo se presenta hermosa.

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ÁLBUM DE IGNORADO ORIGEN

Álbum de ignorado origen,
¿por qué mi firma reclamas?
firma y versos a las damas
son cosas que no se exigen.

De la mujer en la vida
es la inspiración secreta,
como pálida violeta
que no quiere ser cogida,

y que cuando se propasa
dulce perfume a exhalar,
sólo debe embalsamar
las paredes de su casa.

Pero haciendo concesiones
a este tiempo de locura,
alteraré tu blancura
con desiguales renglones

y entre firmas de valía
que guardas ya con empeño,
echa la culpa a tu dueño,
de que figure la mía.

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LA INSPIRACIÓN (FRAGMENTO)

¿Do estás, chispa sagrada,
fuerza generadora de lo bello,
que mi alma enervada
no vienes a agitar? ¿Do yace oculta
la trípode del templo?
¿Do vivirá insepulta
la pureza latina y gracia griega
y el numen delirante
de Saffo, de Simónides y Homero,
que sólo prosa y aridez contemplo,
y del carro triunfante
de la industria y progreso devorante
el seco polvo mis pupilas ciega?
¿Qué regiones alegra el claro río
en que saciar mi corazón ansio?
¿Es acaso en el rico coliseo,
de luces chispeantes,
de atmósfera pesada, embriagadora,
donde agitarse veo
blancos senos, cuajados de diamantes
como de estrellas la naciente aurora?
¿Es quizá en el paseo,
donde en muelle carroza reclinada
pasea su indolencia
tanta nula existencia
en espléndido arreo sepultada?
¿O en dorados salones,
cuando al compás de orquesta deliciosa,
del wals entre las mil oscilaciones,
sobre la blanda alfombra
se pierden las parejas a lo lejos
y copian los espejos
el pie gentil y la cintura airosa?
¡Jamás do languidece la pereza
y el hastío bosteza
tiende la inspiración su raudo vuelo;
que no en el erial, ni en el pantano
crece el lirio lozano
cuyo dulce perfume sube al cielo!
Majestuosos montes
poblados de castaños y de encinas,
lejanos horizontes
que disfumáis las áridas colinas;
cantábricas riberas
que besa gemidor el Océano,
cuyas marinas brisas
orean las poéticas laderas,
do más que en todo el bello suelo hispano
mostró Naturaleza sus sonrisas;
vosotras, fuente inagotable y pura
fuerais de inspiración al pecho mío,
mientras que aquí se agota mi fe, y
el arpa rota arrojo con cansancio y
amargura, yerto ya el corazón por el
hastío. En vano quiero concentrar
mi vida que se disipa como aroma al
viento, me faltan la energía y el
aliento, y si con la malsana
calentura del placer caprichoso y
turbulento galvanizó mi musa
decaída, y me invade de nuevo,
lacio y frío, un mortal desaliento. Es
que yace extinguida la creadora
hoguera, es que me faltan vivos
manantiales donde apagar la sed de
lo sublime, y aquí entre el oropel la
musa gime que canta en las bellezas
naturales.

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EPÍSTOLA

Amigo: en la jornada de la vida
puede hacer mucho bien el que despierte
la generosa aspiración dormida. Hay
alma que tal vez reposa inerte por
falta de una voz que la conmueva
en la inacción, hermana de la
muerte. Pero aquel que por norte
siempre lleva
los preceptos de Dios, con regocijo
al hermano dirá la buena nueva.
Doctrinará la madre al tierno hijo
mezclando con la leche la enseñanza
con que Jesús la humanidad bendijo.
Y sin vacilación, temor, mudanza,
habitaremos este triste valle, de otra
vida mejor con la esperanza.
¡Cuánto será egoísta aquel que calle y
no cante su fe, si voz le queda, hasta
que un eco sus cantares halle! ¡Ay
del que sienta inspiración y pueda
comunicar de su creencia el fuego, si
algún indigno miedo se lo veda! ¡Ay
del que sabe conducir al ciego, y le
deja acercarse al precipicio donde
está expuesto a despeñarse luego!
Ensalzar la Virtud, herir el Vicio: tal
es la misión única que deba llenar la
poesía, en su juicio. ¡El que en el
alma estremecida lleva del poético
numen la raptura, que a profanar sus
aras no se atreva!
Cante en buen hora el genio a la hermosura;
pero no manche la cristiana lira
cínica frase, o teoría impura.
Elévela aquel fuego que la inspira:
tenga un noble entusiasmo, si se inflama;
tenga un santo delirio, si delira.
Eterna, ardiente, inextinguible llama
en lo bueno y lo justo halla el poeta
que honestas musas a su lado llama.
¿No llenará la mente más inquieta el
contemplar, en éxtasis profundo,
obra de Dios, la creación completa?
Las leyes inefables con que al
mundo rige su sabia mano
omnipotente: su orden maravilloso,
sin segundo. Enciende el volcán la
roja frente, y puebla el hondo
abismo de los mares y la linfa del
río transparente. Los claros rayos
animó solares, y salpicó la
inmensidad el cielo con los nunca
contados luminares. Persistir hace
en el estéril suelo el diario milagro
de la vida, y fecundo calor sucede al
hielo. ¿Quién no siente que el alma
estremecida se abisma en
contemplar grandeza tanta,
de gozo interno y gratitud henchida?
Hay otra fruición no menos santa,
que es atraer al hombre al buen camino
que hasta Dios le conduce y le levanta.
¡Cuán noble del poeta es el destino
si entiende su deber y le da cima
penetrado de espíritu divino! Con el
grato concento de la rima, al remiso,
al cobarde, al negligente,
aguija, da valor, mueve y anima.
Firme en la resistencia inteligente
que opone al mal, ni acepta, ni rechaza
las ideas del vulgo ciegamente. La
recta senda que a sus pasos traza no
se tuerce hacia atrás ni hacia adelante,
y lo pasado al porvenir enlaza. La
moral está escrita en diamante; las
civilizaciones se suceden; inmutable
es el bien, uno y constante. Pero sus
vías adornarse pueden con todo
cuanto hay bello en lo creado
para que en su aridez solas no queden.
Purificar el gusto depravado: dar
magníficos cuadros a la escena
donde aprenda y se forme el pueblo honrado;
esto será la poesía buena: así el arte
renace y cobra vida de la Virtud en
la región serena. No arguyen que la
senda está florida que al error y
extravío nos conduce, y la del bien
de abrojos guarnecida. Que si cantar
lo malo nos seduce, es porque
somos malos, y la tea, no el ara
santa, en nuestros ojos luce. El justo
es como el ciervo que desea las
fuentes de agua viva en el desierto y
no el fétido charco que le asquea.
Sepulcro blanqueado y bien cubierto
es la torpe, inmoral literatura:
gusanos devorando un cuerpo
muerto. Vista, como el guerrero, su
armadura, recta intención el que a
escribir se lanza
y acorde sonará su lira pura.
Que puesta en Dios la noble confianza,
dulces cantares brotará la boca en fe
abrasada, rica en esperanza. El
nunca desampara al que le invoca, y
da al poeta voces y armonías, como
al sediento el agua de la roca. Así el
poeta en nuestros turbios días irá, no
en busca de gloriosa palma, sino
agitando las cenizas frías que guarda
al bien en un rincón del alma.

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LA MEJOR MADRE

Donde el Rhin, escondido entre la bruma,
Más sus cristales líquidos desata
Y cayendo en mugiente catarata
Quiebra en ligera espuma
El sesgo curso de zafir y plata,
Como blanca paloma
Que cabe fuente límpida sestea,
Yace apacible aldea
Tendida negligente en una loma.

Allí tiene su hogar tranquilo y viejo
Alberto el tejedor, mozo arrogante,
De condición honrada y generosa
Cual de gentil talante;
Y allí tiene también su madre amante,
Anciana y achacosa,
Que ya solo en un báculo apoyada
O en el robusto brazo del mancebo,
Va al templo los domingos, adornada
De su antiguo ajuar con lo más nuevo.

¡Al templo dije! ¡A una mansión vacía,
Desnuda, pobre y fría,
Sin luces, sin altar, sin santuario,
Sin humo perfumado de incensario;
Sin lenguas de metal que hablen al alma
Colgadas del airoso campanario;
Sin imágenes místicas, serenas
Cuya grave actitud, llena de calma,
A meditar invita
Y a rezo fervoroso solicita!
Porque Alberto, y su madre y toda aquella
Aldea alegre y bella,
Que se mira en el Rhin como en espejo
Transparente y bruñido
De claro diamante,
Ha tiempo que más ley no ha conocido
Ni más culto ha seguido
Que el culto de una secta protestante.

Y así el ardiente corazón de Alberto
Para la fe está muerto
Pues nada encuentra en su natal capilla
Que encienda la ternura,
Que le llame con íntima dulzura,
Ni que traiga a su boca
La oración amantísima y sencilla
Que brotando del labio, al cielo toca.
Y Alberto, que sufría
Honda y secretamente
Porque nunca acertaba a ser creyente,
A solas con su Dios se condolía
De no saber amarle dignamente.

Paseándose un día
Del río por la margen pintoresca,
En una fronda retirada y fresca
Que el pino con el sauce entretejía,
Vio en el suelo tendido
Un hombre anciano, al parecer dormido,
O quizás desmayado mortalmente,
Según está de quieto
Y según tiene pálida la frente.
Era en rostro y vestir desconocido,
Cubríale un sayal tosco y raído
Con un cordel sujeto,
Y los descalzos pies sangre manaban
Y ráfagas de polvo
El semblante y cabellos afeaban.
Alberto compasivo
Se arrodilló cabe el exhausto viejo,
Y diligente y vivo
Con agua roció su faz helada,
Y la túnica abriendo remendada
Porque más libre respirar pudiese
Vio una cruz sobre el pecho colocada
Y a su lado la imagen peregrina
De una mujer bellísima, radiante,
Con la sien rodeada
De un círculo de estrellas chispeante.

Cómo salió de su mortal desmayo
El viejo religioso
Y qué pláticas tuvo con Alberto,
Nadie supo jamás. Pero es lo cierto
Que desde aquel instante misterioso
Alberto, retirado y silencioso,
Ya no asiste a las fiestas de su aldea;
Ya la barra de hierro no blandea,
Ni lanza la pelota,
Ni ya se saborea
Con la cerveza que espumante brota;
Ni a las muchachas del lugar ofrece
La flor azul que crece
En los bordes del Rhin majestuoso
“¡Qué triste que anda Alberto!”
(Dicen sus compañeros de trabajo)
“Su corazón parece que está muerto”.
¡Oh error, error profundo
De los ciegos juicios de este mundo!
¡Morir el corazón que se retira
Y con su Dios se abraza
Y por su Dios suspira!
No mueren los volcanes
Porque ceniza pálida los vele;
Antes el fuego que nació debajo
Arder entonces más intenso suele.
La madre a quien Alberto debe vida
Y en cuyo seno reposó de niño,
Con ojo perspicaz, que da el cariño,
Observa de su hijo la mudanza
Y ansiosa y afligida
A su cuarto llegando cierta tarde
No podía dar crédito a sus ojos
Pues lo encontró de hinojos
Ante una breve mesa, guarnecida
De cirios y de flores
Y de miles de adornos y primores
Puestos en torno de una imagen bella
De toca azul y blanca revestida
Y que por lindos ángeles servida
Con celestiales pies la luna huella.
Ambas manos cruzadas
Y alzado el rostro grave que ilumina
Interior claridad alta y divina
Estábase el mancebo tan absorto,
Que no escuchó la puerta que rechina
Ni sintió de su madre las pisadas.

“Hijo del corazón, ¿qué estás haciendo?”
Turbada preguntó la madre buena.
Y Alberto respondió con voz serena:
“Estaba con mi madre departiendo”.
Y cuando así decía,
Señalaba a la imagen hechicera
Cuyo rostro gentil aparecía
Entre el reflejo ardiente de la cera.
“¿Esa imagen tu madre? ¡No te entiendo!
Ella es joven y hermosa
Yo vieja, agobiada, y achacosa…”
Solemnemente replicóle Alberto:
“Mi madre en el principio fue creada:
No fuera el Universo todavía,
Y ya mi madre concebida fuera”.
“Deliras”. “No deliro, madre mía”.
“¿Y el amor, hijo mío, que me debes,
En esa imagen a poner te atreves?”.
“Sé, madre, que me amáis con gran ternura;
Sé que daros mi vida fuera poco;
Pero esa madre inmaculada y pura
Me quiere más que vos…”. “¡Más! ¡Estás loco!”.
“¡Sí, mucho más! Oíd. Ella tenía
Un Hijo sin igual, idolatrado
Y por mí lo han entregado
Al tormento más crudo y más prolijo;
En una cruz por mí murió clavado…
Esa madre… esa madre me ha salvado…”.
“¿Cómo se llama…?”. “Llámase María;
Yo católico soy, pues soy su hijo”.

Viniendo iba la noche,
Y la madre de Alberto que lloraba
Y Alberto que sereno la miraba,
Se confundieron en abrazo estrecho
Y Alberto pronunció: “¡Ven a mis brazos:
Quizá es la vez postrera
Que se junta mi pecho con tu pecho!”.
Y aquellos tiernos lazos y aquel nudo deshecho
Vistió Alberto un sayal, y con la frente
De humilde contrición resplandeciente
Dijo: “Por mal que a tu cariño cuadre,
Bendíceme, que parto”.
“Lejos de ti, ¿quién me dará consuelo?”
Preguntó la infelice.
Y Alberto entonces inspirado dice:
“Te sabrá consolar la mejor Madre
Que tienen los mortales en el cielo”.

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