10 Poemas de Clementina Suárez 

EL GRITO

Enfilada y firme
espero la hora
que desamarre todos los obstáculos
y me aviente a los mares de la lucha
con la alegre capacidad
del que desafiando la muerte
vence a la vida!
Yo era
una desesperada mariposa
aprisionada en las paredes
de las horas inútiles.
Pero el nuevo grito
llegó por fin a mis oídos
y yo le he abierto los brazos
como a un horizonte de luz
que me señalara
el único puerto de esperanza!
¡Alegría! De los gritos apiñados.
¡Alegría! Del dolor que florece.
¡Alegría! De mis brazos tendidos
al nuevo grito del mundo.

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POEMA EN GRIS

Igual que un pájaro en su jaula
que no tiene un cielo azul
donde extender sus alas
—así me echo de menos—
sin los cielos untados de tu presencia
donde mi dicha pastoreaba nubes
tarde a tarde.

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ESTRELLA, ÁRBOL Y PÁJARO

En la estancia de la noche
sola yo, soy una estrella.
Sola yo, soy una estrella
en un ángulo de la luna.

Noche que desgaja lunas
para mí, que soy árbol solo.
Árbol solo, gris y estático
que no va dejando sombra.

En un ángulo del mundo
canto yo, pájaro solo.
Canto yo, pájaro solo.
¡Ah qué antigua es mi canción!

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AMOR SALVAJE

Amor salvaje.
¡Qué bien estás,
desgarrándome toda!
Amor salvaje.
¡Qué bien estás,
amenazando mi vida!
Amor salvaje.
Qué bien estás,
contenido en lo inexplicable.

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MIRANDO EXTASIADA EL CIELO

Sentada a la orilla de la vida
yo soy tres:
mi sueño, la poesía y yo;
pero lo que ahora digo
lo borra mi sangre con su veloz vertiente,
entretanto el reloj
—rompeolas de los días—
inventa una nueva hora,
en la escala gradual del tiempo.
Anterior al péndulo
y al vuelo de las golondrinas,
está mi luna que llora y ríe
en un exacto protectorado de palabras.
Yo no sé cómo cerrar los ojos,
reconquistar las tardes,
las memorias
y los paisajes
en una sola fuente recóndita
que afirme definitivamente
el soplo primigenio;
a nivel de la rosa que no se marchita
en el seno,
o de la nube que se hubiera quedado
prendida en la ventana
mirando extasiada al cielo.

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MELANCOLÍA

Madre o hermana mía, taciturna y huraña
que has hecho luminosa tu pobre soledad
que suavizaste el quejido y acallaste la saña
y ofreces a los tristes tu sombra de piedad.
Quiero que me lleves en tu barca sombría
por los mares ignotos donde todo es inerte
donde reina la noche y muere la alegría
a los vastos dominios de donde impera la muerte.
Abre tus brazos! Oh gran melancolía!
y deja que mi vida se envuelva en tus saudades,
así tu gran tristeza del brazo con la mía
puede ser que den vida a nuevas claridades.
Deja que recueste mi cabeza cansada
sobre tu regazo de paz y santidad,
que me olvide de todo, lo que me absorba la nada
que se esfume mi vida en tu gran soledad.
Deja que me abrace a tus sombras tranquilas,
que me pierda en tu seno y explore tus arcanos
que me sacien de silencio mis hambrientas pupilas
y de suavidades mi temblorosas manos.
Enséñame la senda melancólica hermana
que va hacia los silencios y las renunciaciones
que nos lleva a esa tierra misteriosa y lejana
donde hallan paz y sosiego los tristes corazones.

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COMBATE

Yo soy un poeta,
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema,
un poema silbatos
un poema fusiles.
Para pegarlos en las puertas,
en las celdas de las prisiones
en los muros de las escuelas.

Hoy quiero construir y destruir,
levantar en andamios la esperanza.
Despertar al niño,
arcángel de las espadas,
ser relámpago, trueno,
con estatura de héroe
para talar, arrasar,
las podridas raíces de mi pueblo.

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LAMENTOS EN EL ESPACIO

Afuera ruge el viento. Tu cabeza está
en mis piernas.
la noche se entretiene en ronda de fantasmas.
Aguas desbarrancadas cortan narcisos y nieblas,
para adornar la tumba de tanto pájaro muerto.

Tú peinas y despeinas mi cabello
mientras el mar arrastra sangre y lodo.

La sombra parece que esculpiera cadáveres.
¿Quién llora y se desespera en el aire?
Amor. Tú estás dormido,
-sin darte prisa por salir de la noche-
mientras yo atajo lamentos
de madres y de niños.

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EL REGALO

Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
-brazo de mar de olas inasibles-

la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.

Un abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.

La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

La pasión con que te desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable

como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,

aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles

para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;

o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,

en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado

el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.

El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.

Como si el ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;

o dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.

en que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.

El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.

El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él duerme, sueño del amor.

Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.

El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.

El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.

Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.

El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.

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EL HOMBRE Y SU ESPERANZA

Ahora me miro por dentro
y estoy tan lejana,
brotándome en lo escondido
sin raíces, ni lágrimas, ni grito
—Intacta en mí misma—
en las manos mías
en el mundo de ternura
creado por mi forma

Me he visto nacer, crecer, sin ruido,
sin ramas que duelan como brazos,
sutil, callada, sin palabra para herir,
ni vientre que rebase de peces.

Como rosa de sueño se fue formando mi mundo
Ángeles de amor me fueron siempre fieles,
en la amapola, en la alegría y en la sangre.

Cada caracol supo darme un rumbo
y una hora para llegar.
Y siempre pude estar exacta.
A la cita del agua, de la ceniza y la desesperanza ...

Frágil, pero vital, fue siempre mi árbol
al hombre y al pájaro le fui siempre constante
Amé como deben amar los geranios,
los niños y los ciegos.

Pero en cualquier medida
estuve siempre fuera de proporciones,
porque mi impecable y recién inaugurado mundo
tritura rostros viejos
modas y resabios inútiles.

Mi caricia es combate
urgencia de vida,
profecía de cielo estricto
que sostienen los pasos.

Creadora de lo eterno,
dentro de mí, fuera de mí,
para encontrar mi universo.
Aprendí, llegué, entré,
con adquirida plena conciencia
de que el poeta que va solo
no es más que un muerto, un desterrado,
un arcángel arrodillado que oculta su rostro,
una mano que deja caer su estrella
y que se niega a sí mismo, a los suyos,
su adquirido o supuesto linaje.

De esta ciega y absurda muerte o vida,
ha nacido mi mundo,
mi poema y mi nombre.
Por eso hablo del hombre sin descanso,
del hombre y su esperanza.

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