José Santos Chocano 

NOSTALGIA

Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!

Quien vive de prisa no vive de veras,
quien no echa raíces no puede dar frutos.

Ser río que recorre, ser nube que pasa,
sin dejar recuerdo ni rastro ninguno,
es triste y más triste para quien se siente
nube en lo elevado, río en lo profundo.

Quisiera ser árbol mejor que ser ave,
quisiera ser leño mejor que ser humo;
y al viaje que cansa
prefiero terruño;
la ciudad nativa con sus campanarios,
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisieran separarse mucho...
Estoy en la orilla
de un sendero abrupto.

Miro la serpiente de la carretera
que en cada montaña da vueltas a un nudo;
y entonces comprendo que el camino es largo,
que el terreno es brusco,
que la cuesta es ardua,
que el paisaje es mustio...
¡Señor! ¡Ya me canso de viajar! ¡Ya siento
nostalgia, ya ansío descansar muy junto
de los míos!... Todos rodearán mi asiento
para que les diga mis penas y mis triunfos;
y yo, a la manera del que recorriera
un álbum de cromos, contaré con gusto
las mil y una noches de mis aventuras
y acabaré en esta frase de infortunio:
—¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!

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BLASÓN

Soy el cantor de América
autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto
un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con vaivén pausado de hamaca tropical…

Cuando me siento inca, le rindo vasallaje
al Sol, que me da el cetro de su poder real;
cuando me siento hispano y evoco el coloniaje
parecen mis estrofas trompetas de cristal.

Mi fantasía viene de un abolengo moro:
los Andes son de plata, pero el león, de oro,
y las dos castas fundo con épico fragor.

La sangre es española e incaico es el latido;
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador.

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¡QUIÉN SABE!

Indio que asomas a la puerta
de esa tu rústica mansión,
¿para mi sed no tienes agua?,
¿para mi frío, cobertor?,
¿parco maíz para mi hambre?,
¿para mi sueño, mal rincón?
¿breve quietud para mi andanza?...
—¡Quién sabe, señor!

Indio que labras con fatiga
tierras que de otro dueño son:
¿ignoras tú que deben tuyas
ser, por tu sangre y tu sudor?
¿Ignoras tú que audaz codicia,
siglos atrás, te las quitó?
¿Ignoras tú que eres el amo?
—¡Quién sabe, señor!

Indio de frente taciturna
y de pupilas sin fulgor,
¿qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿Qué es lo que buscas en tu vida?,
¿qué es lo que imploras a tu Dios?,
¿qué es lo que sueña tu silencio?
—¡Quién sabe, señor!

¡Oh raza antigua y misteriosa
de impenetrable corazón,
y que sin gozar ves la alegría
y sin sufrir ves el dolor;
eres augusta como el Ande,
el Grande Océano y el Sol!
Ese tu gesto, que parece
como de vil resignación,
es de una sabia indiferencia
y de un orgullo sin rencor...

Corre en mis venas sangre tuya,
y, por tal sangre, si mi Dios
me interrogase qué prefiero,
—cruz o laurel, espina o flor,
beso que apague mis suspiros
o hiel que colme mi canción—
responderíale dudando:
—¡Quién sabe, Señor!

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LA TRISTEZA DEL INCA

Este era un Inca triste, de soñadora frente,
de ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,
que recorrió su imperio, buscando inútilmente
a una doncella hermosa y enamorada de él.

Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero;
puso a su tropa en marcha y el broquel requirió;
fue sembrando despojos sobre cada sendero
y las nieves más altas con su sangre manchó.

Tal, sus flechas cruzaron inviolables regiones,
en que apenas los ríos se atrevían a entrar;
y tal fue, derramando sus heroicas legiones:
de la selva a los andes de los andes al mar.

Fue gastando las flechas que tenía en su aljaba,
una vez y otra y otra, de región en región,
porque cuando salía victorioso, lograba
levantar la cabeza, pero no el corazón.

Y cansado de tanto levantar la cabeza,
celebró bailes magnos y banquetes sin fin,
pero no logra nada disipar su tristeza,
ni la sangre del choque, ni el licor del festín.

Nada entraba en el fondo de su espíritu oculto:
ni las cándidas ñustas de dinástico rol,
ni los cirios de Quito, consagradas al culto,
ni del Cuzco, tampoco, los vestales del sol.

Fue llamado el más viejo sacerdote; Adivina
este mal que me aqueja y el remedio del mal;
dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina,
aquel joven monarca, displicente y sensual.

- ¡Ay, señor! - dijo el viejo sacerdote -
Tus penas remediarse no pueden; tu pasión es mortal.
La mujer que has ideado tiene añil en las venas
un trigal en los bucles y en la boca un coral.

- ¡Ay, señor! - ciertos días vendrán hombres muy blancos,
Ha de oírse en los bosques el marcial caracol:
cataratas de sangre colmaran los barrancos,
y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.

La mujer que has ideado pertenece a tal raza,
vanamente la buscas en tu innúmera grey,
y servirte no pueden oración ni amenaza,
porque tiene otra sangre, otro dios y otro rey

Cuando el rito sagrado le mando optar esposa,
hizo astillas el cetro con vibrante dolor,
y aquel joven monarca se enterró en una fosa
y pensando en la rubia fue muriendo de amor.

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PLAYERA

Filósofo es el mar: se alza y se llena;
y después de estallar en broncos ruidos,
corta su voz, apaga sus latidos,
y se dilata en la extensión serena.

Sabe que hay una ley que lo refrena;
y, sus sueños al ver desvanecidos,
se queja con furiosos alaridos
y como un gladiador rueda en la arena.

Almas que el ansia de luchar obstina:
venid conmigo a la arenosa raya,
y veréis cómo el mar también, se inclina;

que el rendirse ¡ay! cuando el vigor se abruma,
es solamente respetar la playa,
y dejar de ser ola, y ser espuma!...

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SER RÍO QUE CORRE SER NUBE...

Ser río que corre, ser nube que pasa, sin dejar recuerdos ni rastro ninguno, es triste, y más triste para el que se siente nube en lo elevado, río en lo profundo.

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CARNAVAL

Siempre galante, impávido y risueño,
viejo raro que nunca envejecer,
solicita al amor que le enloquece
y que le incita dislocado empeño...

Carnaval luce con alegre ceño,
apurando la dicha que apetece,
algo así como un sol que se estremece
en los ojos azules del ensueño...

El que es en la ciudad un estirado
bailarín rompe aquí las reglas tiranas
danzante libre el verde prado...

Ríndese y duerme al fin; y al fin sin ganas,
despierta un don Juan desencajado,
de hondas ojeras y de verdes canas...

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DE VIAJE

Ave de paso,
fugaz viajera desconocida:
fue sólo un sueño, sólo un capricho, sólo un acaso;
duró un instante, de los que llenan toda una vida.

No era la gloria del paganismo,
no era el encanto de la hermosura plástica y recia:
era algo vago, nube de incienso, luz de idealismo.
No era la Grecia:
¡era la Roma del cristianismo!
Alrededor era de sus dos ojos ¡oh, qué ojos, ésos!
que las fracciones de su semblante desvanecidas
fingían trazos de un pincel tenue, mojado en besos,
rediviviendo sueños pasados y glorias idas...

Ida es la gloria de sus encantos,
pasado el sueño de su sonrisa.

Yo lentamente sigo la ruta de mis quebrantos;
¡ella ha fugado como un perfume sobre la brisa!
Quizás ya nunca nos encontremos;
quizás ya nunca veré a mi errante desconocida;
quizás la misma barca de amores empujaremos,
ella de un lado, yo de otro lado, como dos remos,
¡toda la vida bogando juntos y separados toda la vida!

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LA MAGNOLIA

En el bosque, de aromas y de músicas lleno,
la magnolia florece delicada y ligera,
cual vellón que en las zarpas enredado estuviera,
o cual copo de espuma sobre lago sereno.

Es un ánfora digna de un artífice heleno,
un marmóreo prodigio de la Clásica Era:
y destaca su fina redondez a manera
de una dama que luce descotado su seno.

No se sabe si es perla, ni se sabe si es llanto.
Hay entre ella y la luna cierta historia de encanto,
en la que una paloma pierde acaso la vida:

porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve,
como un rayo de luna que se cuaja en la nieve,
o como una paloma que se queda dormida.

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EL GALLO

El de la pluma recortada y fina,
del amplio pecho y de la frente enhiesta,
es el gallo,—Tenorio que domina
sobre la blanda y cándida gallina,
—¡Tenorio con estacas y con cresta!

Ese Tenorio que a su Inés adora,
despiértala al rayar de la mañana,
cuando el beso del sol las cumbres dora,—
¡centinela avanzado de la aurora,
primer clarín de la primera diana!

La gallina azorada que despierta,
al soplo ardiente del amor se esponja,
mientras el gallo, con el ojo alerta,
del estrecho corral canta a la puerta;
¡que si el Tenorio es él, ella es la monja!...

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