11 Poemas de Eduardo Carranza
ES MELANCOLÍA
Te llamarás silencio en adelante.
Y el sitio que ocupabas en el aire
se llamará melancolía.
Escribiré en el vino rojo un nombre:
el tu nombre que estuvo junto a mi alma
sonriendo entre violetas.
Ahora miro largamente, absorto,
esta mano que anduvo por tu rostro,
que soñó junto a ti.
Esta mano lejana, de otro mundo,
que conoció una rosa y otra rosa,
y el tibio, el lento nácar.
Un día iré a buscarme, iré a buscar
mi fantasma sediento entre los pinos
y la palabra amor.
Te llamarás silencio en adelante.
Lo escribo con la mano que aquel día
iba contigo entre los pinos.
SONETO A TERESA
Teresa, en cuya frente el cielo empieza,
como el aroma en la sien de la flor.
Teresa, la del suave desamor
y el arroyuelo azul en la cabeza.
Teresa, en espiral de ligereza,
y uva, y rosa, y trigo surtidor;
tu cuerpo es todo el río del amor
que nunca acaba de pasar, Teresa.
Niña por quien el día se levanta,
por quien la noche se levanta y canta,
en pie sobre los sueños, su canción.
Teresa, en fin, por quien ausente vivo,
por quien con mano enamorada escribo,
por quien de nuevo existe el corazón.
DOMINGO
Un domingo sin ti, de ti perdido,
es como un túnel de paredes grises
donde voy alumbrado por tu nombre;
es una noche clara sin saberlo
o un lunes disfrazado de domingo;
es como un día azul sin tu permiso.
Llueve en este poema; tú lo sientes
con tu alma vecina del cristal;
llueve tu ausencia como un agua triste
y azul sobre mi frente desterrada.
He comprendido cómo una palabra
pequeña, igual a un alfiler de luna
o un leve corazón de mariposa,
alzar puede murallas infinitas,
matar una mañana de repente,
evaporar azules y jardines,
tronchar un día como si fuera un lirio,
volver granos de sal a los luceros.
He comprendido cómo una palabra
de la materia azul de las espadas
y con aguda vocación de espina,
puede estar en la luz como una herida
que nos duele en el centro de la vida.
Llueve en este poema, y el domingo
gira como un lejano carrusel;
tan cerca estás de mí que no te veo,
hecha de mis palabras y mi sueño.
Yo pienso en ti detrás de la distancia,
con tu voz que me inventa los domingos
y la sonrisa como un vago pétalo
cayendo de tu rostro sobre mi alma.
Con su hoja volando hacia la noche,
rayado de llovizna y desencanto,
este domingo sin tu visto bueno
llega como una carta equivocada.
La tarde, niña, tiene esa tristeza
del aire donde hubo antes una rosa;
yo estoy aquí rodeado de tu ausencia
hecho de amor y solo como un hombre.
MADRIGAL CON UN RÍO, UNA ROSA, UNA HAMACA...
Tú, mi amor, que caminas como un beso,
andando vas por entre mis palabras:
es como si avanzaras separando
las ramas azuladas de un jardín,
las verdes hojas trémulas de donde sale el viento.
Recorres el papel con mi escritura.
Y cuando escribo río
tú lo cruzas nadando
y llegas y te extiendes en la arena
dorada de otras sílabas radiantes
que en la orilla te esperan;
y cuando escribo rosa, la rosa que has besado
da su forma a tus dos manos unidas,
si escribo sed te acercas a mis labios
si cascada, aparece tu cintura,
si nido azul, palpita tu garganta,
y si palmera escribo, descansas a su sombra
y si escalera, ruedas por tu risa
donde tu corazón relampaguea,
y si escribo paloma anida en ti
partida en dos magnolias temblorosas.
Apoya tu cabeza en esta luz,
en este pecho de hombre, en este verso
de plumas desveladas y febriles
y quédate dormida
tronchada y extendida en esta hamaca
mecida por el sueño que sale de mi mano
cuando te escribo, o, lento, te acaricio.
Si alguien quiere tocar la brasa pura
del amor en los años venideros
que toque estas palabras donde brilla
nuestro quemante beso para siempre.
EL DESDICHADO
No tenemos sino este planeta
hermoso y triste.
No tenemos sino esta única vida
hermosa y triste.
No tenemos sino este corazón
que recorre un fantasma a veces transparente,
otras veces siniestro. Y esta punzada de la música.
Y este sorbo de vino soñador.
No tenemos sino este pan terrestre,
infernal o celeste de amar y de esperar
o morir...
Yo no tenía sino una campana
que llama y llama ahora para nadie
y la llave que abría aquella hermosa puerta
que ya no existe.
No tenemos sino eso: es decir nada.
Mejor dicho: no tengo nada. Y punto.
Si tocas las palabras anteriores
te quedará la mano ensangrentada.
SUEÑO DE ENERO
Y soñé que el tejado se llenaba
de ángeles músicos.
Y soñé que subía por la Montaña
de la Maravilla.
Y soñé que llegaba a una ciudad dormida
entre hermosas palabras de amor.
Y soñé que dormía bajo un árbol
coronado de trinos y rocío.
Soñé que iba a caballo
con la espada desnuda del espíritu
y nacían en mi espalda dos alas llameantes.
Soñé que una persona me miraba y era
como tener el cielo estrellado en la palma de la mano.
Soñé que alguien, como en la leyenda
de San Julián Hospitalario, musitaba en mi oído:
Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Y soñé que volvía a ver con ojos puros
de niño-niño los ríos que atraviesan mis sueños.
Y soñé —cosa extraña— que era el Embajador
no sé si ante la reina Nefertiti
o ante la Primavera de Sandro Botticelli.
Soñé que despertaba.
Era primero de enero del año 1974.
Y no veía ni oía el Paraíso.
A VECES CRUZA MI PECHO DORMIDO
A veces cruza mi pecho dormido
una alada magnolia gimiendo,
con su aroma lascivo, una campana
tocando a fuego, a besos,
una soga llanera
que enlaza una cintura
una roja invasión de hormigas blancas,
una venada oteando el paraíso
jadeante, alzado el cuello
hacia el éxtasis,
una falda de cámbulos
un barco que da tumbos
por ebrio mar de noche y de cabellos,
un suspiro, un pañuelo que delira
bordado con diez letras
y el laurel de la sangre,
un desbocado vendaval, un cielo
que ruge como un tigre,
el puñal de la estrella fugaz
que sólo dos desde un balcón han visto,
un sorbo delirante de vino besador
una piedra de otro planeta silbando
como la leña verde cuando arde,
un penetrante río que busca locamente
su desenlace o desembocadura
donde nada la Bella Nadadora,
un raudal de manzana y roja miel
el arañazo de la ortiga más dulce
la sombra azul que baila en el mar de Ceilán,
tejiendo su delirio,
un clarín victorioso levantado hacia el alba
la doble alondra del color del maíz
volando sobre un celeste infierno
y veo, dormido, un precipicio súbito
y volar o morir...
A veces cruza mi pecho dormido
una persona o viento,
un enjambre o relámpago,
un súbito galope:
es el amor que pasa en la grupa de un potro
y se hunde en el tiempo hacia el mar.
MADRUGADA
Me despierto de súbito.
Mi sangre se despierta
y pregunta por ti,
por la fiebre que ondula
en tus cabellos ebrios, en tu piel.
Se desborda el espejo
y hecho río
corre a buscar tu imagen
A esta hora tus brazos
serán dos ramas de amoroso sueño
de donde brotan flores
y hojas dormitan.
En el tejado arrullan las palomas.
Te persiguen mis cinco lebreles corporales.
SONETO A LA ROSA (A JORGE ROJAS)
En el aire quedó la rosa escrita.
La escribió, a tenue pulso, la mañana.
Y, puesta su mejilla en la ventana
de la luz, a lo azul cumple la cita.
Casi perfecta y sin razón medita
ensimismada en su hermosura vana;
no la toca el olvido, no la afana
con su pena de amor la margarita.
A la Luna no más tiende los brazos
de aroma y anda con secretos pasos
de aroma, nada más, hacia su estrella.
Existe inaccesible a quien la cante,
de todas sus espinas ignorante,
mientras el ruiseñor muere por ella.
ODA CON UNA ORQUIDEA
Tus pies de nácar.
Tus doradas piernas
donde el mar ha cantado.
Tu cuello de álamo primaveral
plateado por la risa y despeinado
por el viento y la risa.
Tu hombro derecho
lleno de palabras mías, de silencios míos
y de música dormida, en declive.
Y tu mano, Dios mío, donde he tocado el alma.
Tu mano con una orquídea entre los dedos.
Tu corazón donde una rosa gime
doblada por el temporal.
Tu voz, humedecida por la espuma del mar.
Tu voz, donde mi nombre ha dejado una huella.
Tu cabeza, alta y bella entre los hombros,
como la flor que se abre entre dos hojas.
Tu pecho, como un rumor de orquídeas
entreabriéndose.
Tu boca joven,
tus guerreros dientes,
donde la sangre se hizo blanca y dura
para morder y amar, brillar, reír
en relámpago tibio de jazmín.
Tus cabellos, revueltos como un fuego
negro. Tus cabellos.
Tus labios donde llevas pegados para siempre
mis besos, como el aire.
Y la frente de donde ningún viento podría
desprender las miradas de mis ojos.
Tu mirada que viene de lejos,
de lo oscuro, del origen de la música;
tu mirada que llega hasta tus ojos
húmeda de las flores y la luna
y el sueño, porque anduvo mucho tiempo
por dentro de tu cuerpo y de tu alma
siguiendo un sueño.
Tus miradas, que buscan otro mundo.
Tu cintura, delgada como la de las lámparas.
Tu cintura, delgada como el humo
saliendo de la botella.
Tu cintura delgada e inclinada
hacia el amor como la luna nueva.
Tus ojos que miran el cielo estrellado
y se llenan de lágrimas.
Tus cabellos, casi de niña,
para apoyarse en ellos y llorar,
llorar, llorar, porque no sabemos nada...
Desde el 1 hasta el 10 de un total de 11 Poemas de Eduardo Carranza