José Rosas Moreno 

A ELVIRA

I

Cuando tú me abandonas; cuando espero
Pensar en ti para dejar de amarte;
Cuando espero pensar en olvidarte,
Sólo pienso en lo mucho que te quiero.

¡Ay! en vano juzgándote severo
Maldecirte pretendo, que al nombrarte,
El triste acento que del alma parte
Sólo murmura que por ti me muero.

Aunque digo que quiero aborrecerte,
Es mi amor más inmenso cada día,
Y no puedo, aunque quiero, no quererte;

Olvidarte no puedo todavía,
Y aunque cierre los ojos por no verte,
Te sigo viendo en la memoria mía.

II

Cuando el duro decreto de la suerte
Te arrancó de mi lado, Elvira mía,
Venturoso cual nunca me creía
Con la sola esperanza de perderte.

Prometí, sin pensarlo, que la muerte
Más bien que tus desprecios sufriría,
Juré sin vacilar que olvidaría,
Juré sin vacilar aborrecerte.

Pero al volverte á ver siempre tan bella,
Los propósitos todos acabaron,
Y en pos corrí de tu adorada huella;

Ante tí mis rodillas se doblaron,
Murmuré suspirando mi querella,
Y en tus ojos mis ojos se clavaron.

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EL RATONCILLO IGNORANTE

Un ratoncito pequeño,
sin malicia todavía,
al despertar de su sueño,
se sentó en su cuarto un día.

Delante del agujero
sentado un gatito estaba
y con tono zalamero
así al ratoncito hablaba:

—Sal, querido ratoncillo,
que te quiero acariciar,
te traigo un dulce exquisito
que te voy a regalar.

—Tengo un azúcar muy buena,
miel y nueces deliciosas...
si sales, a boca llena
podrás comer de mil cosas.

El ratoncillo ignorante
del agujero salió;
y don gato en el instante
a mi ratón devoró.

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EL DROMEDARIO Y EL CAMELLO

¡Válgame Dios, qué veo!
- un camello decía a un dromedario -;
tú eres en el desierto necesario,
más la verdad, amigo, estás muy feo
con esa singular, alta joroba,
más grande que una alcoba.

¡Y el que así se burlaba y se reía,
dos jorobas magníficas tenía!

Moraleja: Hombres hay que no encuentran nada bueno,
que aunque son de defectos un acopio,
la paja miran en el ojo ajeno,
y la viga jamás ven el propio.

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A MI MADRE

Hace tiempo que triste, sollozando,
La inquieta vida con afán devoro;
Hace tiempo que vivo suspirando,
Y que doliente, cuando canto, lloro.

Distantes ya mis esperanzas bellas
No le mandan al alma sus fulgores;
Ya en mi oscuro horizonte no hay estrellas,
Y en mi triste camino ya no hay flores.

Pensando siempre en la ilusión perdida
Perpetuo afán dentro del alma siento;
Ya me abruma el cansancio de la vida
No tengo ya ni de llorar aliento.

Pero hoy pensando en tu cariño amante
De la suerte desprecio los enojos,
Para ver á lo menos un instante
Brillar la dicha en tus cansados ojos.

Yo sé que tu alma la esperanza siente
Escuchando mis vagas armonías,
Y tus penas aduerme dulcemente
El flébil son de las canciones mías.

Con un dulce y amante sentimiento,
Conmovido levanto mis cantares;
Porque quiero que goces un momento,
Porque quiero que olvides tus pesares.

¡Oh! si pudiera yo de tu camino
Apartar para siempre los dolores,
Y hacer que un astro de esplendor divino
Tu existencia llenara de colores;

¡Con cuánta dicha en apacible calma,
Convirtiera tus horas de quebranto! . . .
Pero solo con lágrimas del alma
Pagarte puedo tu cariño santo.

En vano siempre sin cesar aspiro
A llenar tu existencia de alegría;
Pues siempre triste suspirar te miro
Sin poder evitarlo, madre mía.

Desde el instante que la luz del cielo
Mis ojos vieron por la vez primera,
Huyó la dicha en agitado vuelo
Y la tristeza fue tu compañera.

Siempre ha sido mi dicha tu ventura;
Siempre he sido tu espíritu y tu aliento;
Tu existencia he llenado de amargura;
Mas tu amor no ha cambiado ni un momento.

Tu amor es puro cual lo son las flores;
Que el amor de una madre, siempre toma
De la luz de los cielos sus colores,
Del mismo Dios su celestial aroma.

Aún recuerdo con gratos embelesos
Las dulces horas de la dulce infancia,
Y aún parece que bebo de tus besos
La dulce miel y la inmortal fragancia.

Yo recuerdo que triste me veías,
Al darme abrazos con ternura inquieta,
¡Tal vez entonces contemplar creías
Mi corona de mártir y poeta!

Después, la infausta juventud graciosa
Vi llegar con su séquito de amores,
Derramando en mi vida cariñosa
Su placer, y sus risas, y sus flores.

Corrí al mirarla por su amor llevado
En su seno buscando la alegría,
Y desde entonces ¡ay! nunca he dejado
De llorar un instante, madre mía.

En su lucha perpetua las pasiones
Me llenaron de angustia hora tras hora;
Y agostando mis bellas ilusiones
Llegó la tempestad desoladora.

Huyó de entonces el reposo blando,
La dulce dicha me negó su abrigo,
Se alejó mi esperanza suspirando
Y el tedio vino á caminar conmigo.

Del amor anhelando la ventura,
Ceñirme quise las brillantes galas;
Pero ingrato esquivando mi ternura
Cobijarme no quiso con sus alas.

En vano siempre desolado y triste,
De entonces ¡ay! mi corazón suspira:
El amor en la tierra ya no existe,
Su esperanza y su gloria son mentira

Luchando en vano con la suerte varia
Viví soñando en esperanzas locas,
Como el ave que gime solitaria
En las áridas cumbres de las rocas.

Cuando en triste y amargo desaliento,
Morir mirando la esperanza mía
Exhalaba mi lúgubre lamento,
Sólo el viento á mis ayes respondía.

Mis dolores entonces tú miraste,
Me viste el corazón hecho pedazos,
Y con triste sonrisa me llevaste
A llorar mis pesares en tus brazos.

Nunca tuve un amargo sufrimiento
Ni lloré de la suerte los enojos,
Que no oyera en tus labios un lamento,
Que no viera una lágrima en tus ojos.

Cuando un funesto y desgraciado día,
Cansada ya de padecer el alma,
Partir ansiosa de su hogar quería
En otras playas á buscar la calma;

Contemplando mi lóbrega existencia
Y mis penas mirando tristemente,
Más bien quisiste lamentar mi ausencia
Que verme padecer eternamente.

Al ver mi afán y mi profundo duelo,
Perder quisiste tu feliz reposo,
Llorar quisiste sin hallar consuelo
Por mirarme un instante venturoso.

Y yo entre tanto que por mí llorabas
He vivido soñando un imposible;
Mientras tú mis pesares lamentabas
He vivido mirándote insensible.

No me culpes empero, madre mía,
Que al cruzar presuroso mi camino
Tu pesar aumentando, yo cumplía
Los caprichos del bárbaro destino.

Nunca pienses que olvido tus dolores,
Jamás ¡oh madre! que te olvide esperes;
Daré mi vida porque tú no llores,
Pues yo te quiero como tú me quieres.

Y aunque el hado insensible á mi agonía
De ti me aparte con furor violento,
Donde quiera que me halle, madre mía.
Tendrá una nota para ti mi acento.

Suspiraré por ti perpetuamente
Mientras me dé su luz la vida inquieta,
Y dejaré al morir, sobre tu frente,
Mi corona de mártir y poeta.

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LAS TRES MONEDAS

Al volver cierto día a su casa, un padre cariñoso dio a cada uno de sus pequeños hijos una moneda de diez centavos, ofreciendo un precioso regalo al que mejor empleara su modesto tesoro.

Llenos de alegría los niños con aquél obsequio, se alejaron gozosos, expresando su placer en sus gritos y en sus risas infantiles.

Durante algunas horas recorrieron las calles de la ciudad, deteniéndose embelesados ante los lujosos aparadores de tiendas y dulcerías y después de su agradable paseo regresaron contentos al hogar, donde los aguardaban las caricias maternales.

Cuando la tarde declinaba, el amoroso padre los reunió en el jardín para que le dieran cuenta del uso que habían hecho de su fortuna.

—Yo, dijo el mas pequeño, he comprado dulces deliciosos y los he comido todos, pensando en que eres tú muy bueno y en que nos quieres mucho.

— Es natural en tu edad, hijo mío, que solo pienses en el placer de un momento, exclamó el padre; los años y la experiencia llegarán a hacerte al fin mas sabio y mas prudente.

—Yo, dijo el otro niño, he guardado cuidadosamente la moneda que me diste, con otras que ya tenia, para reunir mucho dinero y comprar mas tarde un hermoso vestido.

— Tú piensas en el porvenir, exclamó alborozado el padre; el buen juicio y la economía te harán al fin rico y dichoso.

Llegó su vez al mayor de los tres niños; pero guardó silencio, bajando al suelo los ojos, ruborizado.

—¿Qué has hecho tú de tu tesoro?— le preguntó el padre severamente.

Conmovido el pobre niño, no se atrevía a contestar.

—Yo lo he visto todo, dijo entonces la madre, estrechando al niño entre sus brazos y llenándole de caricias. Iba Enrique a comprar con su moneda un bellísimo e ingenioso juguete, cuando pasaron cerca de él algunos pobres niños huérfanos, tristes, enflaquecidos y cubiertos de harapos, pidiendo tímidamente una limosna por amor de Dios. Nuestro hijo, al verles, sintió sus ojos inundados de lágrimas, abandonó el juguete, y con su moneda compró pan que los pequeños mendigos comieron con ansiedad, bendiciéndole.

—Tuyo es el regalo, hijo mío, exclamó el padre; tú has empleado mejor que tus hermanos tu modesto tesoro. Más delicioso que el sabor de los dulces, más grande que el placer de llevar un hermoso vestido, es el gozo purísimo que deja en el corazón el recuerdo de una acción buena. Toma esta moneda de oro, recompensa justa de tu generoso proceder; haz buen uso de ella, y no olvides que Dios sonríe en el cielo cuando ve desarrollarse en el alma de los niños el sentimiento de la caridad.

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EL RATONCILLO IGNORANTE

Un ratoncito pequeño,
sin malicia todavía,
al despertar de su sueño,
se sentó en su cuarto un día.

Delante del agujero
sentado un gatito estaba
y con tono zalamero
así al ratoncito hablaba:

- Sal, querido ratoncillo,
que te quiero acariciar,
te traigo un dulce exquisito
que te voy a regalar.

- Tengo un azúcar muy buena,
miel y nueces deliciosas...
si sales, a boca llena
podrás comer de mil cosas.

El ratoncillo ignorante
del agujero salió;
y don gato en el instante
a mi ratón devoró.

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LA TELA DE ARAÑA

Sobre una frágil rosa
fabricaba una Araña cierto día
su tela portentosa,
y cuenta que decía,
con su trabajo ufana:
- Ya decidida estoy: desde mañana
me he de poner aquí de centinela,
y como tengo industria y maña y brío,
no pasará jamás junto a mi tela
ni un sólo moscardón que no haga mío.

Dando entonces rugidos llegó el Viento,
y arrebató violento
hojas, tela, proyectos y esperanzas.

Moraleja: Así también su dicha de repente
desvanecerse ve con honda pena
aquel que sobre arena
va a fabricar palacios imprudentemente.

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TASSO

La vida atravesó como extranjero
Del placer conociendo la mentira;
Cantando el himno que el amor inspira,
El amor cuanto amargo lisonjero.

Mucho tiempo humillado y prisionero,
Del odio del poder sufrió la ira;
Y con su inmenso amor y con su lira
Asombro fue del universo entero.

Mirando Italia su inmortal historia,
Al fin un día su injusticia advierte,
Y del genio celebra la victoria;

Pero ¡ay! adversa se mostró la suerte
Y puso Italia su laurel de gloria
Sobre el helado polvo de la muerte.

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