10 Poemas de Manuel Gutiérrez Nájera 

A UN TRISTE

¿Por qué de amor la barca voladora
con ágil mano detener no quieres,
y esquivo menosprecias los placeres
de Venus, la impasible vencedora?

A no volver los años juveniles
huyen como saetas disparadas
por mano de invisible Sagitario;
triste vejez, como ladrón nocturno,
sorpréndenos sin guarda ni defensa,
y con la extremidad de su arma inmensa,
la copa del placer vuelca Saturno.

¡Aprovecha el minuto y el instante!
Hoy te ofrece rendida la hermosura
de sus hechizos el gentil tesoro,
y llamándote ufana en la espesura,
suelta Pomona sus cabellos de oro.

En la popa del barco empavesado
que navega veloz rumbo a Citeres,
de los amigos del clamor te nombra
mientras, tendidas en la egipcia alfombra,
sus crótalos agitan las mujeres.

Deja, por fin, la solitaria playa,
y coronado de fragantes flores
descansa en la barquilla de las diosas.
¿Qué importa lo fugaz de los amores?
¡También expiran jóvenes las rosas!

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PARA ENTONCES

Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo;
donde parezca sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar en los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz, triste, retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: «soy tuya»,
aunque sepamos bien que nos traiciona.

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LA NOCHE

La noche no desciende de los cielos,
Es marea profunda y tenebrosa
Que sube de los astros: mirad cómo
Aduéñase primero del abismo
Y se retuerce en sus verdosas aguas.
Sube, en seguida, a los rientes valles,
Y cuando ya domina la planicie,
El sol, convulso, brilla todavía
En la torre del alto campanario
Y en la copa del cedro, en la alquería
Y en la cresta del monte solitario.

Es náufraga la luz: terrible y lenta
Surge la sombra: amedrentada sube
La triste claridad a los tejados,
Al árbol, a los picos elevados,
A la montaña enhiesta y a la nube.
Y cuando, al fin, airosa la tiniebla
La arroja de sus límites postreros,
En pedazos, la luz el cielo puebla
De soles, de planetas y luceros.

Y con ella se van la paz amiga,
La dulce confianza, el noble brío
De quien alegre con vigor trabaja;
Y para consolamos, mudo y frío,
Con sus alas de bronce el sueño baja.
Entonces todo tímido se oculta:
En el establo los pesados bueyes,
En el aprisco el balador ganado,
En la cuna pequeña la inocencia,
En su tranquilo hogar el hombre honrado,
Y el recuerdo impasible en la conciencia.

Mil temores informes y confusos
Del hombre y de los brutos se apoderan;
En la orilla del nido, vigilante,
El ave guarda el sueño de su cría
Y esconde la cabeza bajo el ala;
El noble perro con mirada grave
Interroga la sombra y ver procura;
Los caballos, piafando, se encabritan
Y con pavor o sobresalto evitan
Los altos montes y la selva obscura.

Si en la extensa llanada le sorprende
Con su cortejo fúnebre la noche,
El potro joven a su hermano busca
Y en su lomo descansa la cabeza.
Todo tiende a juntarse en esta hora.
Todo en la vasta soledad se hermana,
Hasta que alegre la triunfal diana
En el áureo clarín toca la Aurora.

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EN UN ABANICO

Pobre verso condenado
a mirar tus labios rojos
y en la lumbre de tus ojos
quererse siempre abrasar.

Colibrí del que se aleja
el mirto que lo provoca
y ve de cerca tu boca
y no la puede besar.

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EFÍMERAS

Idos, dulces ruiseñores.
Quedó la selva callada,
y a su ventana, entre flores,
no sale mi enamorada.

Notas, salid de puntillas;
está la niñita enferma...
Mientras duerme en mis rodillas,
dejad, ¡oh notas!, que duerma.

Luna, que en marco de plata
su rostro copiabas antes,
si hoy tu cristal lo retrata
sacas, luna, la espantes.

Al pie de su lecho queda
y aguarda a que buena esté,
coqueto escarpín de seda
que oprimes su blanco pie.

Guarda tu perfume, rosa,
guarda tus rayos, lucero,
para decir a mi hermosa,
cuando sane que la quiero.

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NADA ES MÍO

¿Me preguntas, ¡oh, Rosa!, cómo escribo?
¿De qué manera, con menudas hojas,
cintas de seda y pétalos de flores,
voy construyendo estancia por estancia?
Yo mismo no lo sé! Como la tuya
es, Rosa de los cielos, mi ignorancia.

Yo no escribo mis versos, no los creo;
viven dentro de mí; vienen de fuera:
a ese, travieso, lo formó el deseo;
a aquel, lleno de luz, la Primavera!

A veces en mis cantos colabora
una rubia magnífica: la aurora!
Hago un verso y lo plagio sin sentirlo
de algún poeta inédito, del mirlo,
del parlanchín gorrión o de la abeja
que, silbando a las bellas mariposas,
se embriaga en la taberna de las rosas.
Los versos que más amo, los que expresan
mis ansias y mis íntimos cariños,
esos versos que lloran y que besan,
¿sabes tú lo que son? Risas de niños.

Otras veces me ayudan las estrellas
y sus rayos de luz trazan en mi alma
líneas celestes y figuras de oro.
Aquel soneto a Dios, es del Boyero;
de Sirio deslumbrante, esa cuarteta,
y ese canto a la rubia que yo quiero
fue escrito por la cauda del cometa.

Yo escucho nada más, y dejo abiertas
de mi curioso espíritu las puertas.
Los versos entran sin pedir permiso;
mi espíritu es su casa: Dios los manda
con cédula formal del Paraíso
para que aloje a la traviesa banda.
Algunos a mis castas ilusiones
escandalizan con su alegre charla:
esos son los soldados, los dragones,
los que traen en su clámide sombría
«húmeda noche tras caliente día».
Otros de aquellos huéspedes pequeños
se detienen muy poco: los risueños,
cantan, mis penas con su voz consuelan,
sacuden las alitas y se vuelan.

Los tristes… ¡esos sí que son constantes!
Alguno como lúgubre corneja
posada en la cornisa de la torre,
mientras la noche silenciosa corre,
hace ya mucho tiempo que se queja!

No soy poeta: ¡ya lo ves! En vano
halagas con tal título mi oído,
¡que no es zenzontle o ruiseñor el nido
ni tenor o barítono el piano!

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HOJAS SECAS

¡En vano fue buscar otros amores!
¡En vano fue correr tras los placeres,
que es el placer un áspid entre flores,
y son copos de nieve las mujeres!

Entre mi alma y las sombras del olvido
existe el valladar de su memoria:
que nunca olvida el pájaro su nido
ni los esclavos del amor su historia.

Con otras ilusiones engañarme
quise, y entre perfumes adormirme.
¡Y vino el desengaño a despertarme,
y vino su memoria para herirme!

¡Ay, mi pobre alma, cuál te destrozaron
y con cuánta inclemencia te vendieron!
Tú quisiste amar ¡y te mataron!
Tú quisiste ser buena ¡y te perdieron!

¡Tanto amor, y después olvido tanto!
¡Tanta esperanza convertida en humo!
Con razón en el fuego de mi llanto
como nieve a la lumbre me consumo.

¡Cómo olvidarla, si es la vida mía!
¡Cómo olvidarla, si por ella muero!
¡Si es mi existencia lúgubre agonía,
y con todo mi espíritu la quiero!

En holocausto dila mi existencia,
la di un amor purísimo y eterno,
y ella en cambio, manchando mi conciencia,
en pago del edén, diome el infierno.

¡Y mientras más me olvida, más la adoro!
¡Y mientras más me hiere, más la miro!
¡Y allá dentro del alma siempre lloro,
y allá dentro del alma siempre expiro!

El eterno llorar: tal es mi suerte;
nací para sufrir y para amarla.
¡Sólo el hacha cortante de la muerte
podrá de mis recuerdos arrancarla!

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FRENTE A FRENTE

Oigo el crujir de tu traje,
turba tu paso el silencio,
pasas mis hombros rozando
y yo a tu lado me siento.
Eres la misma: tu talle,
como las palmas, esbelto,
negros y ardientes los ojos,
blondo y rizado el cabello;
blando acaricia mi rostro
como un suspiro tu aliento;
me hablas como antes me hablabas,
yo te respondo muy quedo,
y algunas veces tus manos
entre mis manos estrecho.

¡Nada ha cambiado: tus ojos
siempre me miran serenos,
como a un hermano me buscas,
como a una hermana te encuentro!
¡Nada ha cambiado: la luna
deslizando su reflejo
a través de las cortinas
de los balcones abiertos;
allí el piano en que tocas,
allí el velador chinesco
y allí tu sombra, mi vida,
en el cristal del espejo.

Todo lo mismo: me miro,
pero al mirarte no tiemblo,
cuando me miras no sueño.
Todo lo mismo, peor algo
dentro de mi alma se ha muerto.
¿Por qué no sufro como antes?
¿Por qué, mi bien, no te quiero?

Estoy muy triste; si vieras,
desde que ya no te quiero
siempre que escucho campanas
digo que tocan a muerto.
Tú no me amabas pero algo
daba esperanza a mi pecho,
y cuando yo me dormía
tú me besabas durmiendo.

Ya no te miro como antes,
ya por las noches no sueño,
ni te esconden vaporosas
las cortinas de mi lecho.
Antes de noche venías
destrenzando tu cabello,
blanca tu bata flotante,
tiernos tus ojos de cielo;
lámpara opaca en la mano,
negro collar en el cuello,
dulce sonrisa en los labios
y un azahar en el pecho.

Hoy no me agito si te hablo
ni te contemplo si duermo,
ya no se esconde tu imagen
en las cortinas del techo.

Ayer vi a un niño en la cuna;
estaba el niño durmiendo,
sus manecitas muy blancas,
muy rizado su cabello.
No sé por qué, pero al verle
vino otra vez tu recuerdo,
y al pensar que no me amaste,
sollozando le di un beso.

Luego, por no despertarle,
me alejé quedo, muy quedo.
¡Qué triste que estaba el alma!
¡Qué triste que estaba el cielo!
Volví a mi casa llorando,
me arrojé luego en el lecho.
Todo estaba solitario,
todo muy negro, muy negro,
como una tumba mi alcoba,
la tarde tenue muriendo
mi corazón con el frío.

Busqué la flor que me diste
una mañana en tu huerto
y con mis manos convulsas
la apreté contra mi pecho;
miré luego en torno mío
y la sombra me dio miedo...
Perdóname, si, perdona,
¡no te quiero, no te quiero!

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MADRE NATURALEZA

Madre, madre, cansado y soñoliento
quiero pronto volver a tu regazo;
besar tu seno, respirar tu aliento
y sentir la indolencia de tu abrazo.

Tú no cambias, ni mudas, ni envejeces;
en ti se encuentra la virtud perdida,
y tentadora y joven apareces
en las grandes tristezas de la vida.

Con ansia inmensa que mi ser consume
quiero apoyar las sienes en tu pecho,
tal como el niño que la nieve entume
busca el calor de su mullido lecho.

¡Aire! ¡más luz, una planicie verde
y un horizonte azul que la limite,
sombra para llorar cuando recuerde,
cielo para creer cuando medite!

Abre, por fin, hospedadora muda,
tus vastas y tranquilas soledades,
y deja que mi espíritu sacuda
el tedio abrumador de las ciudades.

No más continuo batallar: ya brota
sangre humeante de mi abierta herida,
y quedo inerme, con la espada rota,
en la terrible lucha por la vida.

¡Acude madre, y antes que perezca
y bajo el peso, del dolor sucumba;
o abre tus senos, y que el musgo crezca
sobre la humilde tierra de mi tumba!
¿Sabes lo que es un suspiro?
¡Un beso que no se dio
¡Con cadena y cerrojos
los aprisionan severos,
y apenas los prisioneros
se me asoman a los ojos!

¡Pronto rompen la cadena
de tan injusta prisión,
y no mueren más de pena
que ya está de besos llena
la tumba del corazón!

¿Qué son las bocas? Son nidos.
¿Y los besos? ¡Aves locas!
Por eso, apenas nacidos,
de sus nidos aburridos
salen buscando otras bocas.

¿Por qué en cárcel sepulcral
se trueca el nido del ave?
¿Por qué los tratas tan mal,
si tus labios de coral
son los que tienen la llave?

Besos que, apenas despiertos,
volar del nido queréis
a sus labios entreabiertos
en vuestra tumba, mis muertos,
dice: ¡Resucitaréis!

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MARIPOSAS

Ora blancas cual copos de nieve,
ora negras, azules o rojas,
en miríadas esmaltan el aire
y en los pétalos frescos retozan.
Leves saltan del cáliz abierto
como prófugas almas de rosas,
y con gracia gentil se columpian
en sus verdes hamacas de hojas.
Una chispa de luz les da vida
y una gota al caer las ahoga,
aparecen al claro del día
y ya muertas las halla la sombra.

¿Quién conoce sus nidos ocultos?
¿En qué sitio de noche reposan?
Las coquetas no tienen morada...
Las volubles no tienen alcoba...
Nacen, aman, y brillan y mueren
en el aire, al morir se transforman,
y se van, sin dejarnos su huella,
cual de tenue llovizna las gotas.
Tal vez unas en flores se truecan
y llamadas al cielo las otras,
con millones de alitas compactas
el arcoiris espléndido forman.
Vagabundas ¿en dónde está el nido?
Sultanita ¿qué harén te aprisiona?
¿A qué amante prefieres, coqueta?
¿En qué tumba dormís, mariposas?

¡Así vuelan y pasan y expiran
las quimeras de amor y de gloria,
esas alas brillantes del alma,
ora blancas, azules o rojas!
¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,
ilusiones que sois mariposas?
¡Cuán ligero voló vuestro enjambre
al caer en el alma la sombra!

Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?
¿No eras fresco azahar de mi novia?
Te formé con un grumo del cirio
que de niño llevé a la parroquia;
eres casta, creyente, sencilla
y al posarte temblando en mi boca
murmurabas, heraldo de goces,
¡ya está cerca tu noche de bodas!

Ya no viene la blanca la buena.
Ya no viene tampoco la roja,
la que en sangre teñí, beso vivo,
al morder unos labios de rosa.
Ni la azul que me dijo: ¡Poeta!
Ni la de oro, promesa de gloria.
¡Ha caído la tarde en el alma!
¡Es de noche... ya no hay mariposas!

Encended ese cirio amarillo...
Ya vendrán en tumulto las otras,
las que tienen las alas muy negras
y se acercan en fúnebre ronda.
Compañeras, la pieza está sola;
si por mi alma os habéis enlutado
¡venid pronto, venid, mariposas!

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